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Opinión

BOLIVIA - Los fogoneros del odio

Andrés Soliz Rada

Martes 8 de enero de 2008, puesto en línea por Chiara Sáez Baeza

“Aquí no matamos perros, matamos collas. Viva la Nación Camba” (Grafiti
en
la ciudad de Santa Cruz)

“Así van a sufrir los perros de la media luna” (Grito de enardecidos “Ponchos Rojos” contra dirigentes cívicos de
cuatro
departamentos del país, al degollar dos canes en Achacachi, –La Razón,
23-XI-07).

El profundo odio entre sectores de la sociedad boliviana se origina en
la
conquista hispana que no exterminó a todos los indios, como hicieron los

ingleses en Norteamérica, sólo porque eran irremplazables en los
infernales
socavones potosinos. El 6-08-1825, nació un remedo de República,
gobernada
por continuadores del coloniaje, encomenderos y saqueadores de minas, de
la
que se excluyó a los aborígenes (90 % de la población).

Los españoles, al no traer a sus mujeres al Alto Perú, generaron un
mestizaje que se fortaleció con el tiempo. Contingentes indígenas
protagonizaron heroicas rebeliones, como la de Tupaj Katari, de 1781,
que
pese a ser anterior a la Revolución Francesa, es ignorada por el
eurocentrismo. Mestizos e indígenas combatieron en la guerra de la
independencia (1809-1825). El mestizo Andrés de Santa Cruz y Calahumana
fue
Presidente de Perú (1826-1827), Bolivia y de la Confederación de ambos
países (1829-1836). Aymaras y quechuas respaldaron al Presidente Belzu
(1848-1855) y fueron el corazón de la resistencia a Melgarejo
(1864-1871),
quien encabezó el asalto a las tierras de comunidad.

La historia de Bolivia es la historia de indo mestizos e intelectuales
de
capas medias por construir un Estado nacional incluyente. Con luces,
sombras
y traiciones, como la del general Pando (1899-1904) a Pablo Zárate
Willca,
como la mezcla de sangres de todas las regiones en las guerras
internacionales, como la defensa del patrimonio nacional de Busch
(1937-1939), como el congreso indigenista de Villarroel (1945), como la
cuota de sangre de la guerra civil de 1949, y como el acontecimiento
central de nuestra historia, la Revolución del 9-04-52, se busca
estructurar
la bolivianidad.

Infelizmente, el nacionalismo visionario de Montenegro, Céspedes,
Almaraz y
Zabaleta se convirtió en su antítesis con Sánchez de Lozada, luego de
pasar
por el pragmatismo de Paz Estensoro, que terminó respaldando al gonismo
neoliberal. Las nacionalizaciones del petróleo de Toro (1937), Ovando
(1969)
y Evo Morales (2006), el despertar del cholaje encabezado por Carlos
Palenque (1988-1997), las justas reivindicaciones autonomistas y el
indigenismo insurgente son los nuevos actores del interminable drama
nacional.

Evo hereda el pasado de un país dividido por el odio, pero con aportes
de
heroísmos y esperanzas. Los bolivianos podemos unirnos, como ocurrió en
la
épica batalla de Villamontes (1936), que impidió el descuartizamiento
del
territorio, o ahondar nuestras diferencias, como ocurre con el
irracional
proyecto de sub dividirnos en 36 naciones y con los enfrentamientos
entre
citadinos y gente del campo. Lo anterior pasa por terminar con la
exclusión
indígena, revalorizar nuestras culturas milenarias, como lo hace la
nueva
Constitución del MAS, pero sin destruir las bases de la convivencia
nacional. El autonomismo es positivo, pero no es casual que Sergio
Antelo,
ideólogo de la Nación Camba, llame al Estado boliviano “Estado Canalla”,
en
coincidencia con el fundamentalismo indigenista.

Detrás del “grafiti” de Santa Cruz están las Petroleras y terratenientes racistas. Detrás de los degolladores de Achacachi se encuentran decenas
de
ONG financiadas por el Imperialismo. Lo importante es que la idea de
Patria
ha sido arrebatada por el pueblo indo mestizo de manos de los
constituyentes
impostores de 1825 y ese pueblo sabrá defenderla con el coraje de
nuestros
mártires que nos encargaron defender la unidad nacional.

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