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Más allá del esencialismo

Libertad natural

Ariel Zúñiga

Martes 24 de marzo de 2009, puesto en línea por Ariel Zúñiga

La ciencia mecanicista explica todo lo existente menos el principio de lo existente, el origen de la civilización. Podrían tener razón autores que intentan superar ese marco teórico interpretando mecanicistamente la cultura como Luhmann, Freud o el conductismo, para quienes el hombre es tan sólo su historia; el sistema produciría a individuos funcionales, pues es el sistema el que se recrea en cada nuevo individuo. Esto explica todo, menos el cambio, por ende tampoco explica el origen.

Desde un naturalismo mecanicista el hombre sería un autómata, actúa según la influencia de su química corporal, la cual a su vez está programada genéticamente. Esta visión podemos mejorarla incluyendo lo cultural, en un sentido más complejo que el de los autores antes señalados, con lo cual nos enfrentaríamos a un hombre dual, similar a la de los ordenadores actuales, una fusión entre hardware y software. Pero esta visión es estrecha e incapaz de explicar dos cuestiones capitales: la primera es que, a diferencia de los ordenadores, el hardware produce el software y también, aunque no nos parezca así a simple vista, el software también produce o reproduce el hardware; la segunda cuestión es que la articulación hardware y software no explica el cambio, por ende tampoco el origen, salvo como un algo programado o como un error, lo cual también sería un asunto de diseño.

Es una visión típicamente occidental el enfocar la mirada en el individuo, incluso más allá del proceso de individuación moderno. Esto sería un individualismo epistemológico que de algún modo construye un sistema de conocimiento de acuerdo tales cánones sin que dichos cánones sean conclusiones científicas. Debido a ese sesgo al hombre se lo ha querido entender “libre”, tanto de la naturaleza extra humana como de sus congéneres. Esta visión ilustrada considera al hombre “libre” para salvarlo de las fauces del determinismo mecanicista. Kant crea la respuesta idónea, querida y necesitada por sus contemporáneos y por los gobernantes posteriores hasta hoy; pues es la justificación de un sistema político cultural estoico en un momento en que los conocimientos acumulados rebasaban el continente ideológico. Kant sentencia que el hombre es libre, y que está más allá de la naturaleza porque somos categoría, el que piensa, el que mira; dicha libertad difiere en gran medida a la que propone un siglo y fracción después Kelsen, utilizando la misma metodología crítica idealista, pues la despoja de su moral estoica dejándola tan sólo en la formalidad de posibilitar la imputación: Somos libres pues podemos conducirnos, o no, de acuerdo a un precepto, aunque dicho precepto sea una amenaza. Esto no lo hacen los animales que tan sólo pueden ser domesticados mediante los básicos estímulos placer y dolor, pues el hombre, tal cual lo enfatizaba antes Nietzche, es un ser esencialmente perverso pues elige aquello que le hace daño y renuncia a lo que le da placer. Los animales serían utilitaristas, quizá la naturaleza toda lo sea; menos el hombre pues no se gobierna necesariamente por los instintos básicos y su sistema cultural depende de una innovación anterior al software, o de un software básico integrante del lenguaje, la capacidad de motivar su conducta de acuerdo a preceptos.

Esto último pone en crisis tanto la base del pensamiento de Freud, Hobbes o Carl Schmitt, para citar sólo a algunos; el hombres no es esencialmente malo. Y también la tesis de aquellos que sostienen lo contrario con las distintas versiones del buen salvaje. Subsiste, empero, la visión de Montaigne: Los salvajes no son ni buenos ni malos, ni nosotros mejores (o peores) que ellos. Por lo tanto la civilización ni depende de la maldad desarrollada del hombre, ni de su bondad reprimida. Estas visiones son aprioris, lo ficciones en el sentido de Jeremy Bentham, creadas para entender la realidad, que al impedir precísamente aquello sólo cumplen la función de que aceptemos una doctrina anti científica.

La libertad de Kelsen carece de sentido y de contenido, pues es la radicalización de la libertad de Kant, emancipada del imperativo categórico. Dicha libertad es el presupuesto de la humanidad, incluso anterior a cualquiera civilización. Pero se trata de una libertad no libre en el sentido que, del mismo modo que el hombre puede optar resistir un mandato, el sistema funciona por ser excepcional esta resistencia; el sistema produce individuos funcionales por lo cual las “elecciones” de los individuos carecen de esa libertad entendida como la carencia de determinación o no la ejercen por regla general. Por lo tanto no debemos confundir ese pequeño margen de maniobra con la libertad y esto no porque adhiramos a un nuevo esencialismo sino por lo que paso a explicar a continuación:

El único modo de comprender el cambio, y por ende el origen, es mediante un concepto de libertad, como libre de determinación y creadora al mismo tiempo; una libertad en la creación y recreación del mundo mucho más allá de lo estrictamente humano sino que presente en la naturaleza toda.

Un animal marino comenzó a hacer habitual su presencia en las playas, mucho antes, eones antes, que un simio bajara del árbol; que quede claro, que decidió bajar de un árbol, otro ente biológico decidió salir del mar y establecerse en la tierra firme. Esta decisión, que Darwin llama procesos de adaptación, no se encuentran impresos en nuestros genes salvo en tanto como mero procedimiento; pues cada ente biológico que actúa con independencia de su determinación genética y cultural, determinada esta última para los seres básicos también por su genética, crea y recrea a la vida de acuerdo a su voluntad. Este acto por sí sólo no produce nada, pero sin estos actos la tierra no sería nada más que minerales.

La libertad por lo tanto es algo mucho mayor a lo que creían los ideologos ilustrados pues es el fundamento de la vida; no está más allá de la naturaleza sino que es inherente a la biósfera. Es nuestro punto de contacto no sólo con los demás seres humanos sino que con la naturaleza.

El hombre no sólo es libre, por tanto, de crear y recrear este sistema, sino que además de crear el que quiera e incluso crear al hombre o al ser superior que se proponga. La diferencia entre obtener lo uno o lo otro difiere en que para cambiar el sistema cultural requerimos unas cuantas generaciones y para lo otro decenas de miles de años por cada mutación genética. Esto ha sido siempre así, a voluntad, es lo que explica tanto la humanidad como la naturaleza de la cual somos parte. Libertad y vida se confunden.

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