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Culto al falso progreso

Un pequeño paso hacia el abismo

Ariel Zúñiga

Jueves 23 de julio de 2009, puesto en línea por Ariel Zúñiga

Ayer veía Infamy, un documental sobre los grafitis y en especial de los tag y los tachadores. Me lo recomendó una amiga que detesta la costumbre de los que andan rayando los espacios públicos, más aún con mensajes incomprensibles. "Son tipos con una autoestima por el suelo", declaró.

Me quedé pensando en aquellos adolescentes perpetuos, niños a medio madurar, que aprenden a escribir su nombre y en eso se quedan. Mi cabeza pasó desde mi hermana mayor escribiendo su nombre en las paredes de mi casa para que me culparan hasta la teoría hegeliana del reconocimiento, pasando por los sistemas de anexión territorial: Desde los gatos meando los neumáticos de mi furgón hasta Neil Armstrong clavando la bandera yanqui en la luna, o simulando aquello.

Desde luego que los protagonistas del documental eran patéticos, desde el que pintaba cien vagones cargueros de ferrocarril al día hasta el que los borraba para evitar la delincuencia (o quizá como ejercicio para bloquear sus depravadas inclinaciones). Pero así tan brutal es que se nos diga que el ser humano ha avanzado mucho, quizá más de la cuenta, y de paso se nos grafique con un acto primitivo, como clavar una bandera, dicho progreso.

No tenemos claro si fue hace sesenta o doce mil años que se produjo el primer asesinato, una perforación en el pulmón con una lasca de pedernal. Miles de años se han precisado para que exista velcro y titanio, o yodo y celuloide, para posarse en la luna o hacernos creer que se lo ha hecho. Meros avances cuantitativos que nos permiten ser más humanos (en cantidad), viajar más kilómetros, más rápido, explotar a más personas, ser explotados más eficientemente, pintar más vagones y colocar nombres humanos a sitios extraterrestres.

Lejos estamos de hacer un uso económico de los espacios extraterrestres, pero mientras los meamos como un gato, para cuando ello sea posible. Dudo que existan los EEUU para entonces.

El llamado anacrónico, primitivo, de los astrojubilados, en orden a colonizar Marte no es más que un delirio senil de yanquis de otra época. Si se viaja con tripulación fuera de la tierra serán privados a su cuenta y riesgo, dedicados a aumentar su ego o a vender algún producto terrestre, o alguna secta que consiga la tecnología y los recursos suficientes. Una expedición extraterrestre sólo será posible por la acción decidida de millonarios aburridos como los Shackleton y los Admundsen, aunque no queda claro qué podría motivarlos en un mundo deprivado de heroísmo.

La llegada a la luna no ha significado ni un pequeño avance para la humanidad por lo que una eventual travesía marciana sólo será un nuevo modo tecnificado de vivir nuestra burda condición.

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