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Una humanidad cada vez más hambrienta en un planeta devastado

Jubenal Quispe

Lunes 30 de noviembre de 2009, puesto en línea por Jubenal Quispe

En cada segundo de tiempo que transcurre en este instante, el hambre ha matado o está matando a un aproximado de 115 personas en el mundo. ¡Cada hora desaparecen del planeta cerca de 6.850 personas hambrientas, emitiendo un ensordecedor grito de auxilio que nadie quiere oír! Y así nos vanagloriamos de ser una humanidad civilizada.

En estos instantes en los que escribo, y Ud. lee, el presente texto, mil veinte millones de seres humanos, tan iguales como Ud. y yo, sobremueren porque el hambre inclemente los consume desde las entrañas, mientras 1.200 millones de personas luchan contra la obesidad en el mundo, producto de un sobre consumo descontrolado.

Mientras esta maldita plaga avanza implacable desde diferentes rincones del planeta, los líderes del mundo, reunidos en la última Cumbre Mundial sobre Seguridad Alimentaria, celebrada en Roma los días 16 al 18 de noviembre, emitieron sus compromisos conclusivos en los siguientes términos: “Nos comprometemos para que deje inmediatamente de aumentar -y se reduzca considerablemente- el número de personas que sufren a causa del hambre, la malnutrición y la inseguridad alimentaria”. Pero no indicaron ni plazos, ni mecanismos, ni fondos económicos para tal rimbombante compromiso. Mucho menos abordaron las causas estructurales y climáticas de la hambruna creciente en el mundo. Esta insensibilidad suicida no es del todo responsabilidad de ellos. Ellos también son víctimas ignorantes de las matrices civilizatorias del sistema-mundo-occidental que para funcionar y subsistir necesita del empobrecimiento y aniquilamiento por inanición de las grandes mayorías y de la devastación del planeta.

Es evidente que nada puede nadie hacer por nosotros si no es nosotros por nosotros mismos. Los líderes del mundo gobiernan para las multinacionales. Por ello, frente al monstruo de la hambruna que ruge ya en nuestras puertas tenemos que hacer las siguientes consideraciones para convivir con éste, o sí acaso sobrevivirlo:

Es importante evaluar si la Madre Tierra puede o no alimentar adecuadamente a 6.8 mil millones de personas con un vientre agujerado, la piel desollada y el pulmón zarandeado. La población mundial crece entre 3 y 4% anual, y la producción de alimentos aumenta únicamente un 1.3% en relación al crecimiento demográfico. La especie humana ha explotado ya un 83% del planeta. Y lo ha hecho devastándolo. Transformando el jardín del Edén en una inmensa sala de tortura en la que sufren y desaparecen centenares de especies de vida cada año. La Tierra ya ha excedido en un 25% su capacidad de reposición de recursos y de regeneración.

La Madre Tierra gime porque ya no puede auto regular su temperatura porque la voracidad de la especie humana la ha dañado seriamente. Mientras un norteamericano para mantener su modo de vida requiere de 10 has. de tierra, en Bangladesh se las tienen que arreglar con 0.5 has. Además, el 40% de las tierras fértiles del planeta está en proceso de desertización. El 42% de los bosques del planeta ha sido talado. La temperatura media de la tierra trepa grados insospechados dejando tras de sí pueblos enteros condenados al hambre. Se creía que la tierra era suficiente para todos, pero la voracidad de los consumistas frenéticos, ilusos del mito del progreso infinito, desmiente cualquier hipótesis sobre las bondades de la Madre Tierra, quien ahora comienza a defenderse. Con este diagnóstico, ¿será responsable persistir en la voracidad desenfrenada? ¿No será tiempo para sanar nuestro instinto perverso de la avaricia sin fondo, y así constituirnos en médicos de nuestra Madre Tierra?

Desde 1982, los programas de ajuste estructural dictados por los sabios del FMI, el BM y la OMC han perseguido los mismos objetivos que tuvo el régimen colonial inglés en India, donde murieron más de 6 millones de hambre. Primero, destruir las bases de la producción de alimentos para “explotar las ventajas comparativas”. Segundo, perturbar las redes locales de comercialización para entregarlas a grandes conglomerados trasnacionales. Tercero, eliminar la intervención de agencias públicas que anteriormente permitía estabilizar precios mediante la administración de inventarios. El objetivo es claro: entregar el mercado mundial de alimentos a unos cuantos conglomerados trasnacionales.

Haití es un ejemplo patético de estas políticas asesinas. Pocas décadas atrás, este país, se autoabastecía de arroz. Pero las condiciones de los préstamos externos, en particular un programa del FMI de 1994, lo forzó a liberalizar su mercado. Así, desde Estados Unidos comenzó a llegar arroz barato, con el apoyo de subsidios y corrupción, y la producción local fue erradicada. Ahora los precios del arroz aumentaron un 50% desde el año pasado, y el haitiano medio no puede comerlo.

En 2007, el sector agrícola tuvo en todo el mundo una producción récord de 2.300 millones de toneladas de granos, un 4% más que el año anterior. Desde 1961, la producción mundial de cereales se ha triplicado. Es cierto que las reservas están en el nivel más bajo de los últimos 30 años. La mayor parte de esa producción se utiliza para consumo animal y cada vez más para biocombustibles a través de cadenas industriales en gran escala.

Corporaciones como Mosaic Corporation, Potash Crop, Bunge, ADM, Monsanto y otras, dedicadas al negocio de los fertilizantes químicos, venta de semillas y comercialización de granos, acumulan excedentes económicos en cifras insospechadas, mientras el hambre que generan arranca la vida de 115 personas cada segundo que pasa. Así, ninguna bondad de la Madre Tierra puede con la plaga del hambre. Nos hemos metido en un túnel que nos lleva al desastre. ¿Qué nos queda? ¿Dejarnos vencer por el odio y destruirnos entre nosotros? ¿Dejar que el dolor del hambre inutilice nuestra creatividad para tantear caminos alternos? No. Es el momento de convertir la bronca y el dolor en una oportunidad.

Tenemos la capacidad de reciliencia para optimizar los fracasos y los desastres. Ahora más que nunca tenemos que apuntar hacia políticas agropecuarias comunitarias. Nuestros ancestros supieron cultivar la Tierra (mas no explotarla) para el sustento necesario de todos. A eso, ahora, llaman soberanía alimentaria. Fue un fraude eso de producir para exportar y generar divisas. Tenemos que pensar en los nuestros antes que en la demanda de los supermercados en los países ricos. Pero, a la par, para dar respiro a la Madre Tierra, tenemos que atrevernos a vencer los mitos y miedos a los alimentos generado con biotecnologías adecuadas y sanas. Sólo así, quizás, podamos distraer, tejiendo redes de solidaridad y cooperación entre los pueblos, a la plaga de la hambruna que los líderes del mundo no le prestan importancia, porque no son de los suyos eso 60 millones de personas que mueren de hambre cada año.

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