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El cambio climático endurece una migración forzada

Jubenal Quispe

Domingo 7 de marzo de 2010, por Jubenal Quispe

Mientras los países de la Unión Europea (UE), sacudidos por la crisis financiera mundial y sus secuelas en el mercado laboral, ajustan presurosos sus respectivas políticas inmigratorias a las disposiciones vinculantes de la Directiva del Retorno de la UE (Directiva que entra en vigencia total en julio del 2010), en los países del Sur empobrecido, los ejércitos de potenciales migrantes se ensanchan incontenibles.

Familias enteras, sobrevivientes a las devastaciones del cambio climático,
se despiden de sus muertos y de sus terruños ancestrales porque una furia venida del cielo apresura su diáspora. “Tuitito se lo ha llevado el río. No tenemos más remedio que abandonar este lugar”, dice un afligido padre de familia quechua en las riveras del enojado río Vilcanota (Cusco-Perú) En situaciones similares se encuentran las y los sobrevivientes a las riadas, inundaciones, sequías, deslizamientos, etc. en los diferentes pueblos empobrecidos de Abya Yala, África y Asia. Oceanía y Asia se encuentran acechados por el “imperceptible” crecimiento de los mares.

¿Qué les ata a campesinos/as sin cultivos, sin chozas dónde cobijarse (habitados por el trauma, la orfandad y la precariedad) a quedarse en el lugar del desastre? Ellas y ellos saben que quedarse en sus lugares de origen, sin cultivos, ni ganados, ni lugares en los que anidar, es un suicidio. Peor aún cuando la asistencia de los gobiernos nacionales (desconocidos para ellos) y la “solidaridad internacional” son tan fugases como las imágenes en los telediarios. Las políticas de emergencia para las víctimas empobrecidas se reducen a la entrega de unos kilos de arroz, aceite y azúcar. ¿Ud. se quedaría, incluso en lo que fue su terruño, a continuar sobreviviendo en dichas condiciones? ¿Alguno de nosotros/as se resignaría a vivir en un lugar sin servicios básicos, sobre las cenizas del desastre, sin alimentos, sin casa, sin tierras?

En situaciones límites de orfandad y precariedad total, no queda más opción que buscar la vida con rumbo desconocido. Pero la desgracia para estos potenciales migrantes es aún peor, porque la repentina venganza climática los expulsa sin proyecto alguno de migración. Así, los nuevos desterrados, salen sin rumbo hacia las ciudades más próximas. Y de allí, hacia el desconocido inmundo del extranjero. De este modo, el cambio climático no sólo mata, sino, además, espanta, expulsa a las y los sobrevivientes con un destino incierto.

Según el documento publicado por la ONU, en 2009, bajo el título: “En busca de refugio, localizando los efectos del cambio climático en las migraciones y desplazamientos humanos”, para el año 2050, más de 200 millones de personas afectadas por el cambio climático migrarán hacia otros países. En la actualidad se calcula que más de 40 millones de personas ya salieron de sus países de origen expulsadas por las sequías e inundaciones. Si en la actualidad ya existen cerca de 200 millones de personas viviendo fuera de sus países de origen, en unas décadas más esa cifra se duplicará como consecuencia del cambio climático. ¿Serán conscientes de esto los principales países responsables del cambio climático?

La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) indica que las migraciones como consecuencia del cambio climático comenzaron a crecer desde el 2006. Sólo en el 2008, 20 millones de personas fueron expulsadas repentinamente de sus países por efectos del clima. Esto, sin contar a migrantes por la desertización, contaminación, hambruna, etc. O a los tres millones de chinos expulsados por las ambiciosas represas de las “Tres Gargantas”. Casi nadie se pregunta por la incierta suerte de las y los nativos, campesinos o no, víctimas de las asesinas actividades extractivas de recursos naturales en los países empobrecidos. ¿Ud. cree que ellos se quedan a seguir muriendo sobre los desmontes mineros, bebiendo aguas envenenadas y arando suelos salitrosos?

Los países enriquecidos, principales responsables del cambio climático, podrán consensuar las políticas de control más represivas contra la inmigración indeseada. Levantar los más altos muros de contención en las vergonzantes fronteras entre la riqueza y el empobrecimiento (como el muro entre los EEUU y México o a las orillas del Mediterráneo). Podrán amurallar todo el hemisferio Norte para protegerse de la “avalancha” del Sur empobrecido. Pero, el enojo causado a la Madre Naturaleza por el irresponsable desarrollismo consumista, expulsa una creciente e incontenible migración caótica y anárquica. Parece que al capitalismo ecocida y suicida le corresponde una inmigración anárquica sin fronteras.

Ahora, más que nunca, la migración comienza a ser cuestión de sobrevivencia. Ya no estamos solamente ante las migraciones internacionales voluntarias y/o sociolaborales. Estamos, ante todo, frente a una migración forzada y cada vez más multitudinaria. Estamos ante la presencia de las y los nuevos huéspedes precarios, a quienes no sabemos cómo llamarlos, mucho menos acogerlos como se debe. No se los puede tratar como a refugiados, porque el derecho internacional no los reconoce como tales. Tampoco tienen la categoría de exiliados porque en buena medida sus verdugos en lugar de botas militares llevan trajes, ejecutivos de las multinacionales extractivas.

Ahora, ya no es sólo cuestión de la redistribución de la inmoral acumulación (en el Norte) de bienes, servicios y oportunidades, causante en buena medida de la migración internacional. La causa de la migración del cambio climático está en la insostenibilidad del sistema-mundo del desarrollo. Mientras los gobiernos y las sociedades del mundo industrializado no estén dispuestos a cambiar su estilo de vida energíbora y toxicómana, el descontrol climático, demográfico, político, económico, energético, alimentario, será tal en el mundo que las buenas intensiones de ayudas humanitarias sólo servirán para tranquilizar conciencias nerviosas que saben que más temprano que tarde la Madre Tierra también les pasará la factura a ellas. Y, sólo, entonces, quizás nos demos cuenta de que todos/as somos hermanos/as de una misma Madre, llamados a compartir el único nido maternal sin compartimentos, ni fronteras.

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