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Despacho de nuestro corresponsal en Chivilingo

CHILE - Sobre el terremoto y los efectos percibidos

Cristobal Cornejo

Martes 16 de marzo de 2010, puesto en línea por Ariel Zúñiga

Desde la zona del desastre

Chivilingo es un villorrio costero en el que no viven más de treinta personas durante el año. Es conocido sólo porque en medio del cerro y bosque se construyó a mediados del siglo XIX la primera central hidroeléctrica de Sudamérica para proveer de energía a las minas de los Cousiño. Está ubicado aproximadamente a 2 kms de Laraquete (hacia el sur) y a 7 de Lota (hacia el norte).

A este lugar llegamos mi compañera, Tania, y yo la tarde del día 28 de febrero tras un tenso viaje desde el sector libre “El Boldo” del lago Lanalhue (a 40 kms de Cañete y 120 de Concepción aprox), para comprobar en carne propia la suerte que sus padres habían corrido con el terremoto del día anterior. Ellos, ya sesentones, tienen una casa a no más de 100 metros del mar. Y no son los únicos; más de una veintena de casas se extienden entre la Rinconada norte y sur.

Este hecho nos preocupaba de sobremanera, conocidos los efectos del terremoto y maremoto en la zona del golfo de Arauco, la costa norte de Concepción y la costa de la VII región.

Evidentemente el comportamiento del mar y la bastante atrasada alerta de tsunami obligaron a quienes se encontraban en Chivilingo a dormir un par de noches en un cerro cercano. Lo mismo ocurrió en otras zonas. No obstante, el terremoto no dejó con daños graves las casas del lugar y, afortunadamente, el maremoto no golpeó directamente, el temor se apoderó de los habitantes, en su mayoría gente por sobre los cincuenta años.

Uno de los efectos más perversos que pudimos percibir en las personas que tuvimos la oportunidad de abordar en Contulmo (pueblo a 6 kms desde donde acampábamos, primer lugar donde fuimos por información) y las que trajimos en nuestro viaje de regreso a Chivi fue el provocado por la interrupción de las comunicaciones: ésta lleva a las personas a pensar las ideas más optimistas y las más trágicas sobre la suerte de sus cercanos, perturbándose minuto a minuto el sistema nervioso.

Al momento del terremoto y las siguientes 24 horas estuvimos sin ningún tipo de información fiable sobre los efectos del sismo en el lugar que más nos preocupaba. Supimos de boca de la gente que la zonas costeras de la VII y VIII habían sido muy afectadas, pero no supimos nada de Chivilingo, lo que nos tuvo con una extraña sensación más intensa que la normal incertidumbre.

En el momento exacto del terremoto, acabábamos de meternos a la carpa, luego de una regada velada frente al fuego, el lago y la luna casi llena. Vivimos el terremoto en una carpa, sólo con los ruidos animalescos y terrestres de fondo (los bajos más subbajos que jamás hemos sentido), por tanto, nos fue imposible dimensionar los estragos acontecidos en las zonas pobladas rurales y urbanas…. Mirándolo bien, no pudimos estar en un lugar menos traumático, en un mejor lugar, sin histeria colectiva ni los peligros de las urbes, tan sólo los sorprendentes daños sufridos por el camino asfaltado que va de Cañete hasta Angol.

Luego de sumarnos al caudal de desinformación y especulación comunitaria, comenzamos a vivir el suceso de manera más… normal (?), acrecentándosenos el temor por el estado de nuestros familiares y amigos a lo largo del país.

Elementos.

 Los efectos sociales de la incomunicación personal y de los medios, directamente relacionados con la geografía (zonas rurales, lejanía de las rutas principales) y con la enorme centralización política territorial y del imaginario social construido por los medios de comunicación masivos, así como por la fragilidad de las comunicaciones ante eventos de la naturaleza, a pesar de que los adalides del progreso y la tecnología tiendan a presentar sus avances como cuasi-infalibles.

Ya llegados a Chivilingo, terminamos por integrarnos de lleno en la manera generalizada de vivir aquellos días: retomando poco a poco la comunicación con nuestros cercanos, apurando la organización de la alimentación y de los “turnos de guardia” a propósito de las réplicas (y, principalmente, potenciales tsunamis), siendo testigos de las distintas reacciones de las personas frente a nuevos temblores y enterándonos con entusiasmo sobre lo saqueos y ataques a la propiedad en diversos lugares.

Al día de la redacción de este comentario (7 de marzo) aún no he visto ninguna imagen fotográfica ni televisiva de los efectos del terremoto y maremoto, ni de los saqueos, y si no hubiera una radio a pilas, con pilas, y la saturante radio Bío-Bío, tampoco nos habríamos enterado tan en detalle de lo ocurrido en Concepción y otros lugares.

 cómo los medios de comunicación nos someten o integran a la “realidad”, empapándonos de los problemas y dramas normales a las circunstancias que se extienden por el territorio. Un elemento moderno y nada de natural, ya investigado por numerosos comunicólogos, pero que no debemos perder nunca de vista.

¿Tiene uno derecho a no hacerse cargo de los problemas que ocurren más allá de nuestra comunidad y que sólo conocemos indirectamente a través del filtro mediático?

 Es particularmente interesante el tema de los saqueos y robos, al igual que el de la organización comunitaria, que viene unida a este hecho y al tema del racionamiento del agua y los alimentos.

¿Qué es lo que se critica en el fondo?

El aprovechamiento de algunos “desalmados” que robaron más allá de lo “estrictamente necesario”. Aún no escucho a nadie que condene a priori el robo de víveres o de los llamados “artículos de primera necesidad” (distinción creada y que inconcientemente hace notar la línea existente entre los productos que satisfacen necesidades humanas reales y los que son grotescas creaciones del ethos mercantil).

Es imprescindible potenciar el vehemente ataque a la propiedad privada, el germen destructivo-creativo aún presente en momentos excepcionales de nuestra vida cotidiana y develar la trascendencia de la auto-organización comunitaria, extendiéndola a otros momentos de la vida y politizándola.

El poder comprende el peligro de dejar pasar estas prácticas, por lo que ha adoptado varias maneras de reprimirlas y evitarlas. Primero, canalizando ayuda a través de municipalidades y juntas de vecinos (es decir, utilizando los canales ya constituidos) y asegurando el orden con presencia militar. Respecto a los saqueos: por un lado, ya hay gente devolviendo en las calles los artefactos robados. Por otro, se ha castigado (un castigo de clase) a diversas poblaciones en Concepción, indicadas como “turbas saqueadoras que deben estar disfrutando de los muchos artículos robados”, dejándolas abandonadas en cuanto a ayuda básica se refiere, mientras que numerosos testigos indican a todo tipo de personas como saqueadores, no sólo proletarios.

Más allá del saqueo a entidades comerciales (y el vandalismo contra símbolos del poder mercantil), el peor efecto de la psicosis potenciada por los éstos tuvo relación con el enorme clima de desconfianza y enfrentamiento entre poblados colindantes, lo que llevó a los vecinos a armarse (no sin accidentes) y a exigir la presencia de los militares en las calles y otras medidas de seguridad.

En Chivilingo, recibimos unos con histeria, otros con escepticismo, la noticia de primera fuente sobre el supuesto robo que sufriríamos como comunidad a manos de pobladores de Laraquete, lo que nos llevó a intensificar las guardias nocturnas y a inventar ridículas armas para defendernos de los supuestos atacantes. Una infernal situación, pesadilla apuñalante (nunca concretada) para quien aún cree en la posibilidad de otra práctica de lo político.

Sin embargo, en el fondo me entregaba. Comprendía que quienes vendrían serían “los malos” y no tanto “los necesitados” y que les interesaría pura mierda material. El lumpen proletariado no tiene nada que perder, salvo los ojos abiertos en las condiciones de sobrevida. De ahí su arrojo e indolencia. Yo también pagaría su desilusión, viviría su venganza. Cuando el estado de excepción no es la excepción sino la regla, no pueden esperarse reacciones de otro tipo.

Por otro lado, el desprecio por la propiedad privada está ligado, simultáneamente, al fetichismo de la mercancía incrustado, pero más allá, al desprecio por el valor de cambio. Muchos de los elementos robados, productos suntuarios grotescos, destinados tanto al uso privado como a la puesta en mercado informal. Yo hubiese saqueado primero, por el placer de destruir los enormes ventanales y cortinas de los palacios del consumo y las finanzas; luego, por la rebanada de plusvalía que ha sido robada a generaciones de proletarios. Una venganza Benjaminiana.

La indolencia destructiva del lumpen proletariado ¿podremos canalizarla en aras de la revolución comunista anárquica? Quiero creer que con enorme esfuerzo colectivo y claridad, si.

Este actuar fue la principal razón de la exigencia ciudadana por la presencia militar en las calles. Por tanto, la actitud de este sector hacia otros proletarios los ubica hoy como enemigos de clase que justifican la autodefensa popular. Y peor, actúan como elementos reaccionarios, porque desvían las energías colectivas y legitiman el poder de las fuerzas del Estado.

A pesar de esto, la fiesta del saqueo generalizado rechaza de plano el recorrido lineal que lleva a la adquisición de bienes, esto es el trabajo asalariado, obediente y controlado. Porque saquearon delincuentes de oficio, dueñas de casa; unos saquearon botillerías, otros la línea blanca de las tiendas. Todos unidos por el mismo hilo, uno que lleva a mostrar la verdadera naturaleza de las mercancías, como productos que adquieren su valor en el intercambio real de valores inventados, en el dinero y en la ideología del esfuerzo y del trabajismo (¡cuánta imprecación hacia el pueblo de Lota escuché por esos días! Concluí: un pueblo explotado por generaciones y que de un día para descubre las comodidades de la asistencia estatal y la economía de subsistencia no se interesa nunca más por la esclavitud asalariada), pero que no mantiene su estatus desde el momento en que las personas rompen con la imposición sagrada de su presencia y la toman sin permiso porque ha sido fruto del trabajo del proletariado en bloque. El proletariado la crea y la niega. Hasta los billetes se queman.

 Ironías del terremoto social: hace un rato han venido al sitio donde se ubica la casa de los padres de mí pareja, T., una tanqueta de militares en ronda. Los han invitado a una taza de café. Un soldado me ha visto cara de fumador y me ha invitado afuera con él. Ahí me ha contado con entusiasmo sobre sus aventuras represivas y de orden. Incluso me ha dejado una cajetilla con cuatro cigarros y me ha ofrecido un segundo cigarrillo… ¡para que me duren más los otros! Mientras me contaba sus violentas actuaciones los días anteriores contra vándalos y otros sinverguezas no podía dejar de viajar hasta el pasado e imaginar por analogía el trato a los otrora upelientos.

Pasado varios días del terremoto, en la radio se suceden los llamados a trabajar por parte de empleadores y del “retorno a la normalidad” por parte de la prensa. No puedo sacar de mi mente el afiche francés de mayo del 68 que dice “Retorno a la normalidad” y aparecen varias ovejas en fila rumbo al… ¡trabajo!

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