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COLOMBIA - Elecciones, democracia y dictadura

Darío Botero Pérez

Jueves 18 de marzo de 2010, por Barómetro Internacional, Darío Botero Pérez

Bajo las reglas de la “democracia representativa” –propia de la deficiente “república liberal” clásica, y totalmente degenerada en las “republicas neoliberales” actuales-, la alternancia en el poder se considera una medida saludable para impedir que se constituya una dictadura monopartidista o, peor, individualista.

Según Simón Bolívar, en su Discurso de Angostura: “La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los Gobiernos Democráticos”. Es bueno que los bolivarianos lo tengan en cuenta, pues la gran justificación de las democracias burguesas fue acabar con el absolutismo.

Aunque los gobernantes totalitarios, si son sensatos, pueden garantizar una estabilidad capaz de fomentar algún progreso, gracias a la continuidad institucional y normativa; las llamadas democracias occidentales reputan de “dictadura” ese tipo de régimen monopolizador del poder. No lo reconocen como fiel a los embelesos de igualdad, libertad y democracia, con los que seducen a las mayorías ingenuas, aunque las mantengan sumidas en la esclavitud, la discriminación, la ignorancia y la miseria.

No se considera respetuoso de las reglas del juego, el hecho de que las minorías belicosas y militantes, afiliadas al partido gobernante, se disputen las posiciones y los puestos, acudiendo a elecciones, mientras descalifican cualquier oposición, llegando al extremo colombiano furibista de calificar como “terrorista” a todo el que se atreva a denunciar los desmanes ocurridos bajo la república mafiosa.

No importa que, ocasionalmente, tales electores pudiesen ser independientes y maduros, ciudadanos dignos y soberanos, capaces de decidir pos sí mismos. Pero es difícil que la democracia representativa permita una expresión ciudadana tan auténtica y legítima.

Por eso es que USA y sus lacayos, desconociendo sus logros en los derechos económicos y sociales, señalan a Cuba como una dictadura debido a sus restricciones a la libertad política, cuya ausencia les parece peor, pues los usanos la consideran la base de su particular, discriminadora y falaz democracia, tan severa con los pobres y tan permisiva y generosa con los potentados. Consecuentemente, califican a los hermanos Castro como dictadores. No les importa qua sean elegidos y reelegidos, en el marco de una Constitución y unas Leyes estables, aprovechando el respaldo de la militancia comunista y, probablemente, de ciudadanos sencillos.

Éstos sienten que bajo una “democracia capitalista” estarían tan sumidos en la miseria y el abandono como las mayorías que siguen sometidas al yugo de los criollos en los países subdesarrollados. En tal predicamento están incluidos todos los latinoamericanos, cuyas clases dominantes están celebrando 200 años de haberles arrebatado a los invasores europeos el derecho a ejercer “la tiranía activa y doméstica” que anhelaba Bolívar, según lo explicó en su ya citado discurso. Sus palabras constituyen una confesión inusitadamente clara de las motivaciones de los criollos y de lo que han pretendido hacer con nuestras naciones.

La Historia ha demostrado que esa tiranía doméstica sobre pueblos indefensos y crédulos, trabajadores y sumisos, ha sido el estímulo de los arrodillados vendepatrias que nos han gobernado desde entonces. Las “democracias neoliberales”, que imperan actualmente en la mayoría de los países, no respetan ningún derecho ciudadano para quienes no son potentados; simultáneamente, aplastan inmisericordemente a los enajenados del poder.

Pero, aunque las mayorías se mueren de hambre y carecen de techo, de educación, de salud, de dignidad; los gobernantes capitalistas se enorgullecen y les exigen que se muestren agradecidas y felices porque son “libres”. Y no faltan los tontos que se creen el cuento y sacan pecho ante los “esclavos” cubanos.

Quien no se alegre por tal honor, tiende a desaparecer sin dejar rastros.

Toda la tramoya institucional -de la que los partidos y las facciones son baluartes y beneficiarios-, está orientada a someter la voluntad del individuo a los intereses de los grupos de poder, independientemente de que su expresión sea mono o pluripartidista. Por eso, la democracia “representativa”, por “participativa” que sea, no deja de ser una suplantación del soberano. O sea, del ciudadano único e independiente, íngrimo, dueño de su conciencia, merecedor y defensor de sus derechos, pero inveterada víctima de quienes se los niegan a partir de un ejercicio abusivo del poder, dizque como “representantes” de su prójimo infamado.

Ante estas realidades, siempre tan confusas, tergiversadas y ocultadas, a los individuos conscientes, a las personas dignas, a los seres independientes, nos toca ser o no ser, para citar a Shakespeare. Mejor dicho, ser libres e iguales de verdad, o continuar siendo los siervos de hecho en que nos han convertido, despreciados e incapaces de actuar autónomamente.

En las dos elecciones programadas en Colombia (marzo 14, mayo 30), de cada uno depende si va a dejarse seducir por las costosas y demagógicas propagandas de los candidatos del furibismo. De hecho, tales homúnculos son todos, pues todos son unos lagartos ambiciosos, desesperados por continuar apropiados de los cargos públicos y las dignidades oficiales, con sus consabidas prebendas y privilegios.

Pero, peor aún, su gran propósito es garantizar la impunidad a que están acostumbrados y que ha conllevado que Colombia tenga uno de los gobiernos más corruptos y desvergonzados del mundo entero, tanto como el más iluso y prosternado al Imperio en el hemisferio occidental.

No obstante, ante la avalancha furibista, con sus derroches de imagen, encuestas, intimidaciones y sobornos, dirigidos a comprar conciencias y atemorizar cobardes; todos sus candidatos y sus imitadores-enemigos del pueblo y del medio ambiente, extintores de la llama de la vida; auténticas basuras humanas que los delfines de Uribe podrán reciclar como gusanos, y arrodillados incondicionales ante el Imperio que los utiliza mientras los desprecia-, dicen defender la “Seguridad Democrática”, ese “santo grial” de la república criminal impuesta por los mafiosos y el neoliberalismo.

Se trata de ese costosísimo e ineficaz instrumento bélico y despiadado con el que pretenden consolidar su poder y aplastar cualquier reclamo popular, esas clases dominantes, ajenas a los valores populares, pero aterradas ante la perspectiva de perder su inmerecido monopolio a manos de las guerrillas. O, peor, ante un pueblo soberano y capaz que reniega de la violencia como madre de legitimidad o de progreso, independientemente del criminal que la considere la partera de la Historia.

Es que estamos ingresando a la Nueva Era que desprecia a las bestias asesinas, de cualquier ideología, y defiende incondicionalmente la vida. Es deplorable su pretensión de resolver el conflicto social y la deuda histórica con el pueblo colombiano mediante el exterminio de quienes han tomado las armas. No quieren admitir que el simple éxodo producido por la guerra civil cincuentenaria, con sus aterradoras consecuencias sociales, que profundizan la brecha clasista, se encargará de alimentar el conflicto y tornarlo indefinido. O, si lo entienden, consideran que es la única forma de mantener el engaño y perpetuarse en el poder, contando con la anuencia de los ingenuos bien pensados y sumisos.

Pero la oposición a la subyugación es algo lógico y natural, manifiesta en -pero independiente de- los sujetos cuya dignidad los obliga a tomar las armas para reclamar respeto y reconocimiento a sus derechos, desde que la realidad se los niegue, como a los latinoamericanos desde la conquista europea. Su decisión de defenderse es una expresión elemental y respetable de su instinto de conservación, de modo que enaltece a la especie humana, aunque les moleste a los impostores que insisten en su ridícula pretensión de superioridad.

Desde luego, los desplazados -para despojarlos de sus tierras y entregárselas a la Confianza Inversionista- constituyen una fuente inagotable de inestabilidad social, a causa de la necesidad de sobrevivir que los impulsa a cometer cualquier delito, incluyendo el político de la subversión contra un Estado tan desigual e inepto. En consecuencia, reeligiendo las políticas fascistas de Álvaro Uribe Vélez, que pisotean el pacto o contrato social de 1991, la guerra será eterna, tanto como el insoportable abuso de los criminales mafiosos apoderados del Estado. De esa manera, jamás habrá una solución adecuada y cierta a nuestra dolorosa circunstancia social y ambiental.

La estrategia de fomentar el miedo de los potentados y de quienes los admiran, busca cerrarle el camino a soluciones auténticas, que están al alcance de la sociedad civil, si se da un ejercicio verdaderamente democrático del poder.

Sería una iniciativa autónoma en el ejercicio de su derecho político supremo, de lo que las democracias liberales llaman el Constituyente Primario. Tal concepto alude a la soberanía popular que, en esencia, nos pertenece a todos aunque los déspotas se la apropian con exclusividad. Pero eso es intolerable para los demócratas de mentiras, esos impostores que dicen tener la representación legítima de los demás, como si los demás fuésemos tarados incapaces de representarnos a nosotros mismos o de identificar, entender y defender nuestros intereses.

En síntesis, el pueblo colombiano está sumido en una crisis moral, ética, política, económica y social sin precedentes, en un país caracterizado por las crisis. Ahora ha sido precipitada por un gobierno demagógica, corrompido hasta los tuétanos, patrocinador de un anacrónico y vergonzoso populismo de corte patriarcal, que nos niega la menor esperanza de futuro.

Para conservar el control del aparato del Estado, con sus consecuentes subyugación y despojo de las mayorías, no dudan en acudir a cualquier crimen.

Si nos lo proponemos, aprovechando que la mayoría de los corruptos se quieren beneficiar de la popularidad del gurú domador de caballos; con una decisión acertada en las urnas podemos liberarnos de tantos delincuentes desvergonzados, ambiciosos e inescrupulosos, dispuestos a cualquier engaño para seguir lucrándose del patrimonio común, tanto como despreciando a los ciudadanos con poder adquisitivo inferior o nulo. Tenemos la oportunidad de crear las condiciones para renovar totalmente la representación espuria con representantes decentes, fiables y transitorios, verdaderamente comprometidos con la democracia, y empeñados en mejorarla. Resueltos a reconocerle y devolverle al pueblo su soberanía, que le han arrebatado los potentados, generalmente mediante los politiqueros que les sirven, mientras los admiran y los envidian.

Por eso, el voto en blanco, si es mayoritario, rotundo, innegable, puede constituir la única vía institucional para superar el conflicto, si de verdad nos interesa la paz.

Sólo la justicia que se expresa en el reconocimiento de la igualdad esencial de todos, es capaz de terminar la prolongada, agotadora e infamen guerra, con sus ostensibles violaciones de los derechos humanos por parte de todos los actores, en particular por quienes juraron defender la Constitución y cuyos crímenes emulan y hasta superan a los de quienes se levantaron en armas para atacarla.

La teoría liberal, tan reñida con la neoconservadora que engendró el neoliberalismo, nos reconoce derechos de cuna a todos para participar de la riqueza social y del progreso humano, sin obstáculos artificiales, sin la detestable discriminación de clases y de castas. Pero esa igualdad sólo se alcanzarán si lo exigen las mayorías, desengañadas de los presuntos “representantes”; si cada uno la exige para sí mismo y para todos, sin discriminaciones, como hermanos igualmente dignos, tal como los grandes iniciados, enemigos declarados de los hipócritas (o fariseos o funcionarios eclesiásticos, siempre zánganos) se han esmerado en enseñarnos e inculcarnos. Ningún caudillo, ni ningún representante, ni ningún gobernante nos pueden otorgar la igualdad. Es un asunto de dignidad y de derechos, de autoestima, si se quiere, que cada uno tiene que resolver consultando su conciencia y apreciando su valor como persona, como ser vivo único e irrepetible.

“¡Vote libre!”, dice una publicidad institucional. Hagámosle caso, aunque sea promovida por los corruptos empotrados en el Gobierno, expropiador de las riquezas y los derechos que a todos nos pertenecen. Votando en blanco mayoritariamente, las elecciones tendrán que repetirse con candidatos diferentes.

Esto permite liberarnos, de una vez y ojalá por siempre, de las lacras depredadoras e inescrupulosas; comprometiendo ciudadanos, honestos y sanos, con los propósitos de cambio, y con el castigo a todos los inescrupulosos que se arropan bajo el poncho de Uribe.

En vez del Congreso, lo que merecen son cárceles de alta seguridad. Por eso, desesperadas y angustiadas, las presiones de Uribe a la Corte Suprema de Justicia para que le nombre un fiscal de bolsillo, ya rayan con la histeria. Busca impunidad a toda costa, y teme que, de pronto, sus dotes de culebrero insigne no basten para asegurar la elección de un furibista incondicional, públicamente consagrado.

Pero su esfuerzo será vano, pues todos los que lo rodean son unos traidores; tan “estadistas” y desalmados como su gran maese Uribe, ese aventajad genio paisa, tan servil de los peores criminales. Y algunos pueden ser hasta peores. Su asimilación del libro de Maquiavelo puede ser superior. Hasta del cachorro uribito le da miedo. Pero, ante el desagradable Juan Manuel Santos, su terror es patético. ¡Se fregó! Le toca hacerle campaña a quien le va a echar toda el agua sucia de la asquerosa república mafiosa.

Ya tuvo que resignarse a la imposibilidad de continuar “legítimamente” en la presidencia, que siempre obtuvo por medios ilegales, tanto en 2002 como en 2006. Por fortuna, la Corte Constitucional tuvo el valor civil de evitar su tercera felonía, negándole la posibilidad de realizar un referendo reeleccionista.

Ahora, a los ciudadanos decentes les corresponde castigar a todo ese bestiario abominable.

Está en tus manos, como elector. ¡Sé digno!


d.botero.perez[AT]gmail.com

responsabilite

Mensajes

  • Parece que el análisis conserva su vigencia. Pero la prueba máxima no será la desmovilización de las FARC sino el castigo a los criminales d cuello blanco, comenzando con el vil Álvaro Uribe Vélez, víctima de "su" propio inventó, el pícaro Juan Manuel Santos Calderón, todo un converso sabio respecto a los mayordomos y peones que rodean al gurú y lo reconocen como su indescifrable e inspirado maestro, como cualquier nazi a Hítler o cualquier racista a José María Escrivá de Balaguer, el fundador del Opus Dei.

    Sin duda, estamos obligados a abrir los ojos antes de ajenos los extraigan de las cuencas.

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