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La historia no funciona

Bruno Peron Loureiro

Viernes 20 de agosto de 2010, por Barómetro Internacional, Bruno Peron Loureiro

Podíamos creer que los tiempos modernos habían sido cabalmente provechosos para la humanidad debido a la “facilidad de comunicación” y a la velocidad extasiante de los “avances tecnológicos”. Todo gracias a la globalización, el mayor de los clisés, un término que explica cualquier fenómeno.

Mientras tanto, una ojeada más atenta y más sobria, dejando de lado la caña que está apoderándose de todo, permite visualizar que la Historia se estancó. Peor que esto, nuestra especie y el planeta sobrevivirán si interviene algún ente mayor y pone orden en la casa, corrigiendo los graves desvíos de nuestra conducta. Somos un gran número de trastornados.

La primera cosa que se debería atender debería tratar del reconocimiento –muy costoso para algunos- de que las políticas públicas no deben priorizar automóviles, obras viales y al sector que mueve a la industria automovilística, como el de los combustibles (renovables, no renovables o lo que sea, ¿qué diferencia hacen para el bienestar de todos?) sino que deben centrarse en el ser humano, en su integridad. Pensemos en educación, vivienda, salud, recreación, etc.

Es grande el desafío de rectificar la falta de visión de los administradores de la “cosa pública” que insisten en concentrar inversiones para la circulación de bienes tan materiales y privados como los automóviles. En su lugar debería existir un incentivo al transporte colectivo, con rutas alternativas, vehículos compactos y ecológicos y tarifas subsidiadas para autobuses, metros y trenes.

Un político brasilero local comentó una vez que “el espacio público no es de nadie”. ¿Cómo conciliar esta torpe visión con el afán de una población que es impulsada cada vez más a encerrarse en su hogar y dejar de lado sus espacios de convivencia, arduamente conquistados y fácilmente perdidos?

Mucho más pertinente sería una interpretación del espacio público como lugar de encuentro e interacción de las colectividades, por lo tanto digno de preservación en lugar de ser objeto de pillaje por los demoledores y malhechores de aquello que tenemos en común. ¡El lugar que es de todos!

Aunque los centros comerciales (“shoppings” en vocabulario brasilero) sean muy parecidos en cualquier ciudad o país, las personas insisten en refugiarse en estos espacios, porque los ambientes externos de las ciudades se han convertido en lugares de incertidumbre, inseguridad y desconfianza. Dicen entonces que no existe otra opción para el ocio y la diversión. Prefieren entonces encerrarse en estos centros comerciales e ignorar en que ciudad viven.

Es inevitable hacer referencia a lo local cuando se quiere interpretar contextos más amplios como lo nacional. Así identificamos parámetros relevantes para la construcción de un país digno, por ejemplo el bajo e insatisfactorio nivel de los ciudadanos que tenemos.

¿Cómo podremos esperar probidad de los representantes políticos si existe una parcela del país –infelizmente grande- constituida por malintencionados? Así funciona, sin embargo, una “democracia representativa”. Felizmente, finalmente parece aflorar la conciencia de que la construcción de una nación digna depende de ciudadanos activos, comprometidos y partícipes de una causa común.

No debemos actuar solamente cuando se viola un bien privado o somos víctimas de aquello en lo que el Estado contradictoriamente ha abandonado, como la seguridad pública. Policía militares uniformados se encargan frecuentemente de la seguridad de clubes y fiestas privadas. Nuestra participación deberá ser constante. Los gobernantes controlan la “cosa pública”, mientras que nosotros los ciudadanos debemos controlarlos a ellos. Si no nos satisfacen, por lo tanto, podemos botarlos fuera.

La continuidad del motor de la Historia depende de la generación de una nueva categoría de ciudadanos, más comprometidos con el espacio público y con la interacción entre los semejantes. Algunos de nosotros podremos estar entre ellos, mientras que otros estarán en la “tierra de nunca-jamás”. A esto sumemos que no deberá haber ninguna desorientación sobre la funcionalidad de lo “público” y nuestra capacidad para participar en ello sin fines sectarios.

De este modo, el motor de la Historia necesita atravesar fases de enfriamiento, para que no se recaliente y corra el riesgo de fundirse. El tratamiento para este síntoma, vale la pena recordar, no es ofrecido por los promotores de un “progreso” siniestro, que incluye entre otros males la deforestación y agotamiento de los recursos naturales.

Muchos de los agentes de esta actitud ni siquiera residen en América Latina, pero nos venden desde sus puestos confortables en algún caserón de lujo, la idea de un mundo mejor a través del consumo de sus productos inútiles, y del recalentamiento de un sector productivo que alimente el brutal y excluyente “mercado internacional”, el fetiche del momento.

El concepto que falta es el compromiso con la justicia social y la vida.

Es por eso que se habla tanto sobre el aumento del consumo en América Latina, la reducción del ahorro, la tasa anual de crecimiento económico, las exportaciones, el empleo a cualquier costo y tantos otros conceptos que hablan en grande pero piensan en pequeño. En el fondo son pocos los que realmente entienden de esto, pero las informaciones al respecto circulan diariamente.

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