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Recuerdos del futuro

Bruno Peron Loureiro

Domingo 29 de mayo de 2011, puesto en línea por Barómetro Internacional, Bruno Peron Loureiro

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) prevé que la población mundial alcanzará los 7.000 millones en octubre de 2011 y que a este mismo ritmo de crecimiento seremos 10.000 millones en 90 años.

Solamente China contabiliza 1.338 millones de habitantes, y la India 1.210 millones. Algunos países concentran los grandes números y también los porcentajes de aumento. La ONU reconoce que el incremento de la población se concentra en África (39%) Asia (9%) y América Latina (4%). Estas cifras indican una proyección porcentual de crecimiento hasta el 2100.

Las familias de rentas más bajas tienden a tener el mayor número de hijos y evitar el deseable e imperativo planeamiento familiar. Este es un diagnóstico a ojo desnudo, basta con observar.

Es apremiante la necesidad de que los países de estas regiones desarrollen políticas de planeamiento de sus habitantes e intensifiquen las ya existentes a fin de enfrentar los efectos nefastos para el planeta, como el proceso de cambios climáticos y el riesgo de desabastecimiento alimenticio que son producto del modelo de desarrollo vigente. Ambos problemas son urgentes y la calidad de vida de millones de personas dependerá de decisiones bien tomadas.

Inviértase así en educación sexual, distribución de preservativos en varios puntos de atención, campañas en los medios de comunicación y actitudes más reguladoras y menos asistencialistas de los gobiernos con aquellos que exageran la producción de descendencia sin tener condiciones para sostenerla. Imagínense cuántos votos perderían los candidatos a elecciones si la punición sustituyera al asistencialismo en los programas de gobierno.

El aumento poblacional dentro de la lógica vigente del consumismo (el paroxismo del consumo), la destrucción de la naturaleza y la reproducción distorsionada del trabajo, traerán el fin de la humanidad.

Mientras medio mundo se entretiene con el espectáculo del asesinato del magnate Osama Bin Laden, que nos convence más todavía de que el terrorismo todavía no acabó y que los Estados Unidos serán todavía más abominados, la humanidad se sofoca con políticas retrógradas y dramas irrelevantes que muy poco nos enaltecen como especie. Peor que eso, desnudan nuestra mediocridad.

El concepto de trabajo en las sociedades capitalistas modernas, entre las que se incluye Brasil, esta tremendamente pervertido. Se compra la idea mentirosa de crecimiento profesional con eficiencia gracias al crecimiento de la economía (dulces, cigarrillos, galletas, carros, motos, etc.), el aumento de competidores en la ocupación de puestos de trabajo y la inserción de productos en el mercado. Instituciones mercadotécnicas de “capacitación profesional” y “enseñanza profesionalizada” nos humillan como piezas de ajedrez descartables.

La competencia es un atributo del libre mercado, y al mismo tiempo el fantasma de la descomposición ética de las sociedades, porque ella es buscada por los consumidores y detestada por los empresarios. Lo que los primeros pocas veces constatan es que se reduce la calidad, la cantidad y el tiempo de vida de los productos, a fin de que ellos sean más baratos y compitan en el mercado. Por ejemplo, los huevos de Pascua que se venden en Brasil se han transformado en un alimento asquerosamente azucarado y grasiento y con muy poco contenido de chocolate, mientras los electrodomésticos tienen una vida cada vez más corta y hacen valer menos su garantía.

Después de una jornada agotadora, los trabajadores (o vendedores de su mano de obra) llegan a su casa para ocupar el tiempo fugaz y parco que les resta con su familia, pero se encuentran con la voracidad de los medios de comunicación, una de sus formas de recreación, incentivando la ignorancia y proporcionándoles exclusividades sobre la muerte de Bin Laden.

Existe un gran movimiento de interés comercial que estanca nuestra evolución y confunde desarrollo con expansión económica.

Nuestro mundo carece de líderes que coloquen a los grupos de pobladores en camino a la iluminación, la reciprocidad de ideas y el trabajo dignificante.

El diagnóstico de la explosión demográfica es preocupante en la medida que más crece el número de habitantes de países como la China, donde se abusa tanto de la mano de obra del trabajador, que no les queda aliento para pensar en lo que cada uno podría hacer para elevar su condición humana, no importa que tan humilde sea su posición social.

Convivimos con historias mal contadas hasta que ellas se tornan verdades y se consagran en hechos. Ya en otra ocasión me he referido a este fenómeno como la “trivialidad en duda”.

La multitud en huída atiende a los intereses de los relatores de historias y multiplicadores de números. Estos buscan insaciablemente ampliar los mercados consumidores en los países desfavorecidos y desvalorizar el trabajo de aquellos que tienen sus sueños de ciudadanía tergiversados por petroleros, como George W. Bush y Osama Bin Laden, empresarios desinteresados de las fuentes limpias y renovables de energía para no afectar sus negocios.

Alimentos básicos como el azúcar, los frijoles y la leche se venden más caros a los brasileros y si se continúa así sin que a nadie le importe, más adelante no estarán disponibles para el consumo de todos porque sus precios serán demasiado altos y valdrá más la pena enviarlos al exterior.

Un mundo saturado de personas implica la carencia de alimentos y más basura producida, sobre todo en los países que hacen poco para garantizar la nutrición de sus habitantes y el reciclaje de los excedentes de consumo.

¿Qué haremos con la humanidad si no somos agentes activos de transformación?

No nos arriesguemos a convertir nuestros ideales en breves recuerdos del futuro.


http://www.brunoperon.com.br

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