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GUATEMALA - A 70 años de la Revolución Nacional. Sus legados

Ollantay Itzamná

Sábado 25 de octubre de 2014, puesto en línea por Jubenal Quispe

Hace 70 años atrás, Guatemala iniciaba su precaria década de primavera revolucionaria que la obtusa élite político-militar-económica-religiosa, y la avaricia norteamericana, no la dejaron florecer por completo. Militares, profesores y estudiantes, indignados con la dictadura militar persistente, impulsaron un intento revolucionario para emancipar a Guatemala de la dominación de los intereses norteamericanos. Entonces, era 20 de octubre de 1944.

El inmoral acaparamiento de las tierras, la servidumbre legalmente establecida que padecían indígenas y campesinos, y la sistemática violación de los derechos individuales, motivó al estallido de aquella histórica Revolución.

A 70 años de aquella apoteósica apuesta truncada, Guatemala vive en un hastío y en un sinsentido existencial generalizado. El casi bicentenario Estado aparente, lejos de fortalecerse y afianzarse en el su territorio, se diluyó y diluye casi por completo, evidenciando las estructuras de la putrefacta corrupción que la carcome cual si fuera una lepra crónica. En Guatemala, por donde se pone el dedo salta la secreción de la corrupción.

La Revolución Nacional intentó redistribuir el uso de la tierra en el país, garantizando como único propietario al Estado (para evitar la compraventa, seguido de acumulación). El Gobierno de los EEUU. promovió la contra revolución y logró que se reestableciera la inmoral tenencia de la tierra. Ahora, los monocultivos acaparan más del 60% de las tierras de cultivo en un país donde la desnutrición y el hambre adquieren carta de ciudadanía y carcomen a casi el 60% de niños menores de cinco años. Ejércitos de campesinos e indígenas sin tierra, empujados por el hambre, marchan hacia los monocultivos para padecer la esclavitud en esas prisiones verdes. Mientras tanto, gobernantes e importadores de alimentos se hacen millonarios en uno de los países más hambrientos de la región.

La Revolución Nacional intentó profundizar y democratizar la democracia formal en Guatemala. Pero, los politiqueros de derecha y de izquierda que sobrevinieron, agrupados en sus empresas electorales, usurpan la soberanía y secuestran la voluntad y la representatividad política del pueblo. Estos sinvergüenzas de saco y corbata, tramitadores de los contratos de concesiones para las multinacionales, ahondan la ruptura entre el aparente Estado y la sociedad fragmentada, al grado que el incipiente proyecto de unidad de la nación mestiza de Guatemala también se difumina acelerando las aspiraciones de autonomías indígenas.

Guatemala, con sus más de 53 mil millones de dólares de Producto Bruto Interno (PIB), tiene la economía más grande de toda Centro América y de muchos del Caribe y de algunos de América del Sur. Pero también es el país más racista y desigual del Continente. Ni siquiera en Haití existe la inmensa brecha entre ricos y empobrecidos como en este país centroamericano. Casi el 100% de la economía está en manos del sector privado. El empobrecimiento, en el área rural, alcanza casi al 80% de la población. El Estado neoliberal prácticamente se convirtió en gendarmería que garantiza la acumulación del capital por desposesión. ¡Ay de los pueblos indígenas o empobrecidos que se organicen y se atrevan a defender sus derechos! El Estado y las empresas los declaran enemigos internos y los aniquilan selectivamente.

Las élites político-económico-militar, luego del triunfo de la contra revolución, utilizaron la violencia oficial como el único método para mantenerse en el poder. Al límite que, luego de los supuestos Acuerdo de Paz (1996), instauraron las condiciones socioculturales para la generalizada germinación de la violencia-inseguridad-incertidumbre para desmovilizar la conciencia y voluntad popular. Ahora, la seguridad cuesta caro en Guatemala, y son ellos quienes lucran con la seguridad privatizada.

Al ser los profesores y estudiantes el núcleo dinámico del proceso revolucionario se creyó que el pensamiento revolucionario sería el mayor legado de aquella revolución inconclusa. Pero, tampoco esto fue posible. La represión y la violencia instaurada en contra del pensamiento divergente, en las décadas post revolucionarias, y durante la guerra interna, prácticamente condenó a profesionales y académicos al solipsismo. Se asumió la autocensura del pensamiento como el modo del quehacer académico para subsistir. A esto se sumó el establecimiento del individualismo como la virtud máxima de la “sociedad” neoliberal.

En estos tiempos, Guatemala padece un déficit crónico de pensadores orgánicos, comprometidos con los movimientos sociales emergentes. La gran mayoría de los académicos son antimovimientos sociales. Académicos de izquierda y de derecha se convirtieron en peones mal pagados de los agentes del sistema neoliberal.

En contraste con este crónico cuadro, emergen desde diferentes puntos geográficos y sectores indígenas del país, movimientos locales de resistencia con agendas propias. Estos guardianes y depositarios excluidos de la dignidad y soberanía del país sienten en carne propia que Guatemala como proyecto de Estado nación es un fracaso. Ellos subsistieron sin Estado por muchos años. Pero, ahora, que el capital herido va por todo y por todas partes, sienten la violencia estatal-empresarial, por eso se resisten, y muchos de ellos plantean la reconstitución de los territorios indígena autónomos. Otros, con una perspectiva más global, plantean la necesidad de una Asamblea Constituyente Popular para refundar Guatemala. Pero, a esta propuesta incluso la seudo izquierda política de Guatemala le tiene miedo.

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