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Tecno-narrativas del trabajo en la era informacional

Fredes L. Castro, ALAI

Viernes 17 de marzo de 2017, por Claudia Casal

13 de marzo de 2017 - América Latina en Movimiento - En La carrera contra la máquina Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee explican de qué manera la computarización de las máquinas colaboró con el desempleo verificado en los últimos años, avance que no se limita a las actividades rutinarias, ya que las soluciones digitales extienden su imperio crecientemente a las tareas especialmente cognitivas. Esto último es confirmado por una investigación realizada por Paul Beaudry, relativa al mercado laboral estadounidense, en la que denuncia una gran reversión en la demanda de trabajadores calificados y con estudios superiores. El investigador de la Universidad de la Columbia Británica describe un escenario en el que la mayor calificación no asegura un mejor posicionamiento laboral, por el contrario la oferta es mayor a una demanda que obliga a trabajadores calificados a realizar actividades no calificadas, compitiendo desigualmente con hombres y mujeres con menor preparación, que se ven obligados a vender su fuerza de trabajo por menor salario o resignarse a la desocupación.

Las actividades rutinarias susceptibles de ser codificadas en software y las ocupaciones cognitivas susceptibles de ser penetradas por las manipulaciones algorítmicas de la big data habilitan una transferencia de labores desde los humanos a los ordenadores. Carl Benedikt Frey y Michael A. Osborne de la Universidad de Oxford, en un citadísimo paper, se atreven a los números y a la predicción y estiman que el 47 por ciento de los trabajos norteamericanos corren riesgo de ser automatizados/robotizados, “quizás en una o dos décadas”. Esta transferencia de actividades impactará, advierten, en los servicios que mayor cantidad de empleos aportaron a la economía norteamericana en las últimas décadas. Frey y Osborne alientan a capacitar a los trabajadores en habilidades creativas y sociales.

Otra investigación del año 2016, de la OCDE, disiente con los autores mencionados, al menos en lo que concierne a los países que la integran, indicando que en promedio sólo el 9% de los trabajos de sus mercados son “automatizables”. Sí reconoce mayores problemas para los trabajadores no calificados, aconsejando programas de re-entrenamiento laboral para este sector. Transmite similar optimismo un reporte de este año del Instituto McKinsey, que anhela una automatización que aporte a un futuro que funcione. Lo interesante de este producto es que enfoca su atención en las actividades realizadas individualmente por cada trabajador, antes que al rubro laboral en cuestión. Para tranquilidad del proletariado humano sostienen que sólo el 5% de los trabajos pueden ser completamente automatizados, con porcentajes variables en las restantes actividades pero sin excluir enteramente la injerencia humana. Al tiempo que revelan desconfianza por una intervención ordenadora de los gobiernos en el plano económico, sus autores lo conminan a funciones subsidiarias, en comunidad con el sector privado para crear las mejores condiciones de adaptación laboral, especialmente en el área educativa y con programas de re-entrenamiento laboral; y coordinadora de diálogos sociales para armonizar los cambios producidos por la disrupción tecnológica y evitar resistencias ludistas, de movida de los sindicatos.

Las otras instituciones

En las investigaciones de Frey y Osborne y de la OCDE no se tienen en cuenta a sindicatos u otros organismos defensores de los derechos de los trabajadores ni la incidencia que puede tener cuerpo normativo alguno a su favor (no figura el término derecho en ningún caso). Beaudry sólo accesoriamente alude a los sindicatos, con un comentario irrelevante. En sus recomendaciones de largo plazo e “ideas alocadas” para enfrentar el desafío que significa para los trabajadores la segunda era de las máquinas Brynjolfsson y McAfee tienen en cuenta las propuestas de ingreso básico e impuestos negativos, a la vez que aportan otras que interpelan a ONGs (como agentes de pago de personas que a través de ellas realicen actividades socialmente útiles) y empresas (por ejemplo, informando en las etiquetas de sus productos que eso se hizo con mano de obra humana). No omiten contrataciones gubernamentales como las de los años de Roosevelt, ni subsidios o vouchers para atender necesidades básicas. Nada comunican sobre posibles derechos laborales o injerencias sindicales. Para el Instituto McKinsey, ya se dijo, los sindicatos son una fuerza que amenaza el progreso.

David Autor, otro de los muy destacados edificadores del mainstream que ilustra sobre las relaciones entre las nuevas tecnologías informacionales y el mundo del trabajo se enrola en las filas de los optimistas. En una de esas dinámicas conferencias de TED considera que los modelos organizacionales que acompañan las innovaciones tecnológicas, las ambiciones humanas y las instituciones que habilitan las oportunidades y la movilidad económicas (entre las que sólo menciona a las educativas) han demostrado ser medios aptos para generar nuevos empleos.

No se trata de desmentir lo que estos especialistas subrayan, pero parecen sugerir un fatalismo tecnológico que por omisión disocia la problemática laboral de la disputa por los recursos, el rol determinante de normas promotoras de los derechos de los trabajadores y de instituciones representativas de sus intereses. Las notas que caracterizan a los trabajadores en las investigaciones de estos cientistas sociales son la pasividad y el ahistoricismo. Justo es decir que un informe de enero de este año de la OCDE acusa que las experiencias observadas en distintos países descartan que el cambio tecnológico sea suficiente para explicar los desacoplamientos registrados entre salarios y productividad.

La materia es hermosa

Si inventar algo es descubrirlo en lo que ya existe, como afirma W. Brian Arthur, es recomendable para cualquier decisor público no distraerse de los déficits tangiblemente estructurales de la economía que debe gestionar, por el mayor erotismo que despierta la cuestión tecno innovativa. Si lo pequeño es hermoso lo grande y centenario puede serlo mucho más. Preparar la población como “capital humano” idóneo para enfrentar los desafíos digitales del siglo XXI no es más importante que contar con rutas y redes férreas, puertos y puentes, diques, refinerías y usinas que garanticen la creación y circulación de producciones materiales. Erigir o actualizar estas tecnologías físicas, sobra decir, equivale a movilizar a decenas de miles de trabajadores y es una ventana de oportunidad para especializarse en actividades logísticas sumamente apreciadas en todo el orbe. En un ensayo brillante Andrew Russell y Lee Vinsel sentencian: “las formas menos apreciadas y más subestimadas del trabajo tecnológico son también las más ordinarias: las que reparan y mantienen las tecnologías que ya existen, que fueron ‘innovadas’ hace mucho tiempo.” La abundante literatura sobre propiedad intelectual, capital humano y organizacional, contenidos informacionales, habilidades sociales, creativas y emocionales no enfatizan (tal vez no tienen por qué hacerlo) la relevancia que mantienen las “viejas” tecnologías infraestructurales.

Como señalé en otro artículo reducir obstáculos logísticos, de gestión de procedimientos, seguridad de las comunicaciones y por déficits en infraestructuras apropiadas pueden incrementar el PBI global por seis, mientras que las reducciones tarifarias (actualmente bajas y excepcionales) que tanto persiguen los acuerdos denominados de libre comercio apenas aportarían un aumento de un 0.5% a los países involucrados. Las infraestructuras físicas complementan e incentivan las muy tangibles producciones industriales, imprescindibles para obtener saldos favorables en el comercio exterior a juzgar por los patrones evidenciados en Estados Unidos en las últimas décadas. El gran país del norte padece un déficit crónico en su balanza comercial, como consecuencia de las importaciones de bienes industriales (en particular los electrónicos manufacturados/ensamblados en China), que no es compensado por un superávit de décadas en su comercio internacional de servicios (actividades de diseño, marketing, management, legales, financieros y correspondiente, etcétera).

Los tres países con los que Estados Unidos tiene mayores déficits comerciales, China, Japón y Alemania, son países superavitarios en sus balanzas comerciales y fuertemente industrializados, en el caso de los dos últimos en tecnologías de punta. China y Japón son también los principales acreedores globales de Washington. Peter Navarro y Wilbur Ross, máximos referentes de la gestión comercial de la administración Trump, pícaramente observan que mientras Alemania y Japón, líderes mundiales en robótica, tienen entre un 20% y un 17% de sus trabajadores ocupados en el sector industrial, en la patria imperial a la que sirven la cifra es de un 8%. La automatización como fin del trabajo parece correr a velocidades distintas, de acuerdo con las políticas instrumentadas por los estados nacionales. Por caso, el posindustrialismo del software y las finanzas norteamericano difiere de la estrategia japonesas para hacer de sus exportaciones de infraestructuras una cuestión clave en lo mercantil y lo diplomático, en el marco de un plan pretérito al gobierno que Abe inició en el 2012.

Observaciones finales

La instrucción informacional es sumamente importante. Desconocer esto es abstraerse de las demandas laborales que vienen y las vigentes. Es acertado el sendero diseñado por el Comité de la Economía Futura de Singapur, que piensa una educación permanentemente actualizada y transmitida a lo largo de toda la vida, no de acuerdo a ciclos decimonónicos.

Omitir la importancia de instituciones representativas de los trabajadores es abstraerse de los intereses, derechos y recursos de que son, deben ser, titulares. Automatizaciones e industrializaciones no significan justa distribución de bienes, servicios y consumos dignos para los trabajadores, aspecto regularmente contencioso -la justa distribución- que debe incluirse en una completa reflexión de la cuestión laboral.

En el siglo XXI la industria aún “contribuye desproporcionadamente a las exportaciones, innovación y crecimiento productivo”, y es clave para la fortaleza y autonomía nacionales. Esto es cierto para las potencias imperiales, pero mucho más para las economías dependientes como la de nuestro país, Argentina.


http://fredescastro7.wixsite.com/shushwap/tecnonarrativas-del-trabajo

http://www.alainet.org/es/articulo/184065

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