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Machismo, feminismo; el poder en la intimidad

Sexo y Amor: La Tragedia y el Milagro

Ariel Zúñiga

Martes 29 de julio de 2008, puesto en línea por Ariel Zúñiga

No sabemos qué enfermedad padece la humanidad en nuestra época pero sí conocemos sus principales síntomas: El aburrimiento y la soledad. La publicidad explota las carencias, los miedos y los deseos; la insatisfacción es la principal causa del excesivo uso, o más bien abuso, del sexo para la venta de productos puesto que poseería la cualidad de combatir el aburrimiento y la soledad al mismo tiempo. El sexo sublimado en el amor convoca a aquellos que o bien no conocen su práctica habitual con otros o aquellos que han descubierto que el sexo por sí sólo o con meros fines recreativos también llega a producir aburrimiento y soledad. La muerte de dios, por su parte, conduce a que las personas vehiculicen sus deseos trascendentales y místicos en otros seres humanos principales en los más cercanos.

La publicidad se sirve de los avances de la biología y en especial, los de las neuro ciencias. Manejan las pulsiones atávicas con maestría: Los frontales de los automóviles asemejan rostros apelando al hipotálamo y su inveterada capacidad de distinguir uno de otro, y el sentirse atraído por uno de determinadas características; con la exhibición de los glúteos capturan la atención de hombres y mujeres reduciéndonos a nuestra animalidad original.

La insatisfacción sexual y afectiva se encuentra en directa proporción a nuestras erróneas expectativas de que nos van a librar del tedio y de la soledad. Todos tenemos derechos a satisfacernos sexualmente, a realizar nuestras fantasías, y tenemos derecho a amar y ser amados. Esa exigencia inicial ya impide que el sexo o el amor fluyan. Ambos son evaluados con los criterios ingenieriles que nos rigen: Cantidad, frecuencia, dimensiones, proporciones, etc. Es más, el sólo hecho que podamos disociar el sexo y el amor, y a ambos, de la vida misma, constituye un síntoma más de aquella enfermedad que sin diagnosticar ni tratar se la medica con sexo, amor y drogas.

El feminismo surge y se desarrolla en la modernidad como una extensión de la filosofía materialista: La mujer no es inferior al hombre, es más, existen vestigios históricos de sociedades matriarcales y también de civilizaciones en que la mujer ocupaba un rol muy diferente a la de la Europa victoriana. Sin embargo, al igual que la mayoría de los movimientos radicales del siglo XX, se torna en un discurso metafísico: La construcción social de la realidad es lo que explica que nuestra sociedad sea machista y otras no, la cultura subsume a la naturaleza a tal punto que el hombre termina viviendo en una matrix o en una eterna caverna; todo no es más que lenguaje, discurso y apariencias.

Gracias a ese vuelco al idealismo de los movimientos radicales los gobernantes del mundo pueden investigar sin que nadie los moleste cómo manipular, cómo vender y cómo persuadir apelando a lo primitivo, a aquello que los radicales actuales ni siquiera son capaces de observar como social o real. El hombre no es un hommo sapiens para ellos, es sólo sapiens. Mientras las feministas corrigen textos intercalando arrobas ahí donde debieran haber letras “o”, los grupos comprometidos con el mantenimiento del sistema nos tratan como chimpancés o bonobos y les resulta.

El sexo a fin de cuentas, siendo una extensión de la comunicación, corre su misma suerte, el de la tragedia y el milagro: Sólo es posible en la ausencia de jerarquías y sin embargo la sociedad toda se encuentra jerarquizada. Es milagróso que el hombre pudiera producir órganos idóneos para procurarse placer de un modo incomparable al resto de los animales pero es trágico que las relaciones sexuales sean otras relaciones más de poder entre tantas otras. Los análisis sobre la prostitución son superficiales y sesgados quien se procura una pareja con la finalidad de tener descendencia, incrementar su patrimonio, obtener seguridad, estatus, etc, se sirve del milagro como una acción sujeta a fines más. La maravilla del lenguaje se utiliza para vender un producto, por ejemplo, y la del sexo para obtener poder, mantener poder e incluso para ejercerlo.

Que separáramos al sexo de la vida misma, que hubiéramos hecho lo mismo con el amor galante o modo occidental de expresar la sexualidad, y que luego acercáramos la lupa cada vez más cerca de esas partículas arbitrariamente separadas, es parte de nuestra compulsión moderna de separarlo todo, de analizarlo, pero sin ser capaces de asociar los resultados, sin saber como recomponer el todo diseccionado. Cuales niños destruimos a los juguetes desarmándolos pero luego no somos capaces de armarlos y conseguir que funcionen. Mediante el análisis destruimos a la sociedad, las clases sociales, a la familia y a cualquier comunidad mediante la invención del individuo. Y es ese individuo, el gólem, el Frankenstein, el que se siente infinitamente solo al no poder sentirse parte de la humanidad, de un propósito, de principios y finalidades. Para disipar esta orfandad esencial es preciso distraerse, someterse a estímulos externos que produzcan secreciones de endorfinas o que ellas se sustituyan con drogas es preciso, en otras palabras, entretenerse. Disfrutar la vida es coleccionar viajes, aventuras y sensaciones. Pero las resacas se encargan de recordar de tanto en tanto la soledad a la que nos enfrentamos, la trivialidad de nuestro origen, la banalidad de nuestro legado, la insignificancia de cada esfuerzo individual frente a la inconmensurabilidad del todo.

Individuos dispersos, distribuidos jerárquicamente en un mundo gobernable en que otros individuos llevan al paroxismo su pleurexia, su gula, su culto al dios moderno llamado crecimiento en que todo lo bueno siempre es más: Más veloz, más grande, más numeroso, más costoso.

Ordenados como palitroques, impávidos, inmóviles, frente a los embates de las bolas de acero que nos tumban, intentando lidiar la infinita soledad buscando a otro que nos dé compañía, entretención, sexo. Como una asociación mercantil, por conveniencia mutua, proliferan las parejas que procuran combatir de a dos en contra de la hostilidad de millones. Pero el individuo no se disuelve ni en la simbiosis y las mismas jerarquías presentes en la sociedad se reproducen en la pareja y por extensión, en la familia.

El feminismo de principios del siglo veinte era una faceta de un movimiento emancipador de mayor alcance que aspiraba a abolir los privilegios masculinos como parte de un propósito mayor, la abolición de todos los privilegios. Hoy ha proliferado un feminismo que procura el establecimiento o el mantenimiento de los privilegios que gozan algunas mujeres y la lucha por la igualdad, según su original motivación, se ha abandonado a una mera denuncia constante frente a símbolos que supuestamente perpetuarían el dominio del hombre sobre la mujer, pasando por alto que el problema es la jerarquía misma de la sociedad.

Este feminismo misoandro no sólo ha cercado al machismo de caricatura sino que ha demandado de los hombres una profunda transformación que los ha conectado con su “lado femenino”. El hombre de hoy es comprensivo, afectuoso, comunicativo. La paradoja es que los pocos hombres machistas jóvenes que quedan son precisamente algunas mujeres que se comportan como tales, es decir, como las caricaturas de lo que critican.

Esto desde luego ha incrementado la desconexión entre géneros puesto que la mayoría de las mujeres se aburre y no les satisface este hombre nuevo; muchos de estos hombres nuevos se sienten solos a propósito de las múltiples exigencias de estas mujeres nuevas quienes los tratan como un instrumento destinados a su servicio encarnando una venganza por sus madres, abuelas y bisabuelas que fueron instrumentalizadas en antaño.

Lo que sigue dirimiendo es la soledad puesto que el aburrimiento es soportable o más bien, las personas aprenden primero a lidiar con el tedio, incluso la mayoría lo hace en la infancia, pero casi nunca es capaz de vencer a la soledad. La mujer a propósito de su naturaleza - las socio construccionistas deben admitir que la menstruación no ha sido producida socialmente – buscan derrotar a la soledad mediante la maternidad. Hoy es normal y nadie se escandaliza que una mujer se proponga como un objetivo “personal” el traer una persona al mundo. Ese niño corre con una suerte peor que la del que nació sin haberse planificado puesto que carece de la libertad de construir su propia vida. Sin ser la familia un lugar apto para vencer la atomización individualista además se trasforma en una madre o en una pareja que tratan de vencer al tedio y la soledad fabricándose una entretención y compañía de carne y hueso. El sentido que nunca encontraron para sus vidas lo buscaron en otro y tampoco lo encontraron; es preciso concebir a un hijo y en él volcar todas esas falsas aspiraciones.

La incomprensión en la pareja hace cada vez más frecuentes las familias monoparentales en que se replica ese incesto tantas veces criticado. Además el feminismo revanchista y la correlativa masculinización de la mujer y feminización del hombre, hace cada vez más inviable que las relaciones de parejas mixtas puedan atrincherarse afectivamente para lidiar contra la soledad y en contra de las jerarquías del mundo; la pareja y la familia termina reproduciendo a cabalidad todo aquello que se critica. No me sorprende que la soledad siga determinándolo todo y que proliferen las relaciones estables homosexuales como el único modo de aspirar a un poco de comprensión, salvaguardar el hedonismo fundamentalista y evitar el ejercicio de poder en las relaciones de pareja. Ninguna objeción hay frente a eso salvo moralinas ya que los vínculos destinados a la procreación están mostrando ser más frágiles que los que no y, además, la flexibilización de las normas de adopción le permitirá a cualquiera obtener su derecho a tener un hijo mascota.

Sé bien que el responsable de todo es el sistema pero nuestros activismos permiten lidiar con él mientras tanto. Quizá sea la hora de contrarestar este feminismo insano con un nuevo machismo, que perfectamente puede convocar a las mujeres como el feminismo en sus orígenes lo hacía con los hombres. Es más, debiera poder convocar a homosexuales y transgéneros. Quizá el nombre sea controversial pero tan contaminado como éste se encuentra el de feminismo o los términos que quieren abarcar a las minorías de género. Los hombres han sido los más vapuleados puesto que jamás ha pasado por su cabeza el organizarse gremialmente para sostener sus privilegios es más, han aceptado la crítica feminista y de los homosexuales y se han liberado mucho más que la mayoría de las mujeres y homosexuales. Sólo el abandono del activismo particularista y gremial permitirá mitigar, al menos, algunos de los síntomas de nuestra enferma civilización permitiendo erigir una pequeña trinchera en lo doméstico.

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