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El lado oscuro de la tierra

Olimpia

Ariel Zuñiga

Lunes 18 de agosto de 2008, por Ariel Zúñiga

En vivo y en directo, para todo el país, el ciclista chileno explicó qué lo llevó a escaparse del pelotón junto al colega boliviano: “Era necesario quedar bien con el auspiciador, y mostrar la camiseta, la noche antes lo conversamos junto a mi compañero y al boliviano y quedamos en eso, un chileno se escaparía para mostrarse y el otro buscaría terminar la carrera.” El ciclista que se fue con el pelotón pasó desapercibido y llegó en el lugar setenta, un lugar destacado considerando que se trata de humildes deportistas amateur que viajaron con las monedas justas para unas tostadas y tesito en el desayuno.

Quedar bien con el auspiciador era en definitiva hacer su pega es decir, lamer la mano que le da de comer. Y qué de extraño tiene el ciclista por procurarse quince minutos de fama, los que además fueron más de tres horas prime time para todo el mundo, en una sociedad en que todos intentan hacer lo mismo, por mucho menos y haciendo actos más ruines que pedalear hasta reventarse con la muralla china de escenografía. Lo relevantes es el modo como la televisión nacional escondió la cuña, omitió el tema, y lucubró extrañas teorías para justificar la “fallida estrategia”. La estrategia fue exitosa, y rindió con creces, el minuto y medio de notoriedad pronosticado en el mejor de los casos se trasformó en más de tres horas. Lo inaceptable para los medios consiste en que se diga la verdad sin anestesiar previamente a las audiencias; las declaraciones del ciclista podrían haberse tomado como una humorada, como el remate de una viñeta del condorito. El trato de seguridad nacional que se le concede a la noticia descubre las intenciones que persiguen los medios con una transmisión tan completa y obsesiva que quizá ni en China se replique.

En un país en que nadie practica deportes, y que quién lo hace es a su cuenta y riesgo, se transmite casi en cadena nacional cada pirueta, cada carrerita detrás de una pelota, cada chapuzón. Y no se trata del espíritu olímpico explicable que efervesca cada cuatro años, sino que cada dos meses se encuentra en el mercado de las pulgas de las transmisiones en directo algún torneo de macramé que justifica enviados especiales y poetas aficionados para adornar con su cursilería a lo Coehlo, abundando con metros cúbicos de agua edulcorada el delgado caldo del hombre devenido en bestia amaestrada.

Responden furiosos, sermonean, dictaminan con rigor académico la moral pública de la pelotita los pelotudos reporteros del chanfle y la rabona. Es inadmisible que un ciclista se gane en dinero, o que el futbolísta se entretenga. Ellos, los nuevos sacerdotes, pagados a tiempo completo para envenenar la mente de las nuevas generaciones, no lo permiten, desde su frágil púlpito.

¿De qué espíritu olímpico hablan estos sicarios de la palabra?

Así como la Alemania de Hitler en su momento, Rusia y los EE.UU, China intenta vender su lugar de super potencia capaz de hacer babear sobre las papas fritas a millones de impresionables telespectadores los cuales nunca recabaran en la censura, la falta de derechos civiles, el capitalismo salvaje mezclado con centralismo omnisciente, la esclavitud, el sistema de prisiones más grande y quizá más cruel del mundo, la polución ambiental, etcétera.

Unas cuantas toneladas de fuegos de artificio – o de croma key como se ha sabido últimamente – papel maché, niños bailando, luces, bastan y sobran para evitar cualquier cuestionamiento. Y mientras, las señoras del comité por las buenas costumbres transmite en directo desde Beinjing para filtrar cualquier mensaje que escape a la ramplonería adiposa que se quiere mostrar.

Los hidalgos deportistas trabajan para sus auspiciadores, y por defecto, para quienes le dan de comer o los sacaron del lodo. La moral que exudan es la de luchar por algo que no vale la pena, dar la vida por ello, por un gramo más o por una milésima menos. Qué peor ejemplo que los deportistas olímpicos, que repudiables los medios de los que se sirven y los fines que permiten validar, a lo peor, a lo más oscuro del mundo, a toda esa turbiedad que se vende con una lágrima estrangulada en la garganta.

responsabilite

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