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CHILE - A veinte años de la estafa

Ariel Zúñiga

Lunes 6 de octubre de 2008, por Ariel Zúñiga

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Lo sorprendente no fue que Pinochet perdiera el plebiscito del 88’ sino que lo hiciera por tan escaso margen, esa es la cuestión que hasta ahora intenta ocultarse.

En el barrio en que me crié los pinochetistas consistían en lunares claramente visibles que en razón de uno por cada cincuenta habitaban nuestro entorno. Se les llamaba “sapos” pues no había otra razón para que vivieran en un lugar como ese. Eran “fachos”, “milicos”, dedicados en exclusiva al espionaje mientras nos distraían con actividades de fachada.

Se trataba de tiempos difíciles en que se desconfiaba de todo y de todos, en que mediante la fuerza bruta se había acallado el hambre de las crisis del 75’ y 82’. No se trataba tan sólo de una posición doctrinaria, de un recuerdo de Allende y la esperanza de que volvieran esos tiempos, era el golpe a los bolsillos y a los estómagos lo que más había dolido.

Los “ajustes” que efectuó Pinochet junto a los “Chicago boys”, sólo pudo hacerse en dictadura, y consolidarse en dictablanda, pues se hizo a expensas de casi todo el país y a beneficio de la minoría que hoy gobierna. El 82’ por ejemplo, para salvar a la banca que colapsaba tras las travesuras financieras del último lustro, los militares no encontraron algo más patriota que expropiarle, sin ley ni indemnización, el dinero acumulado por años de trabajo a los pensionados. La concertación tampoco ha remediado ese daño previsional y sólo se limitó a consolidar el despojo buscando un medio apropiado para amnistiar a la banca ¿Será por eso que Somerville es tan amigo de Ricardo Lagos?

La convocatoria a plebiscito se realizó sobre la derrota de la izquierda y su plan de toma violenta del poder. Se trató de allanarse a las condiciones impuestas por los militares quienes precisaban de legitimidad en forma urgente. Y diligentemente se hizo todo para no traicionar los buenos oficios y la mayor parte del país se prestó para blanquear los crímenes, y consolidar las injustas condiciones económicas impuestas.

Cuando se habla del “heroísmo” de la gesta del cinco de octubre del 88’ no queda más que reír o llorar como tras las peores caricaturas. Todo se trató del primer gran evento publicitario de la historia de Chile en que se enfrentó el team del “festival de la una”, con sus maquilladores, peluqueros y escenógrafos, en contra de lo mejor que podían pagar los dólares provenientes desde el norte que llegaron a raudales: Expertos electorales, comunicacionales, publicistas y dinero yanqui, mucho dinero. Una maquinaria tan sofisticada que pilló de sorpresa a la junta de gobierno que trató de parodearla con efectos contraproducentes.

Desde ese momento todas las grandes campañas publicitarias han tratado de igualar su impacto apelando a los coros, las imágenes en cámara lenta, banderas ondeando al viento, y sujetos anónimos bailando torpemente en su lugar de trabajo. El triunfo aplastante de la tecnocracia comunicacional sobre la económica redundó en una alianza entre ambas que es la que gobierna hasta ahora.

Pese a la represión, a la tortura, a la muerte que rondaba sedienta de sangre por las calles, al hambre y el desempleo, la censura y la desesperanza, y a los EE.UU hartos de las ineficientes dictaduras que sólo alentaban el crecimiento de una izquierda más radical que la de antaño; el apoyo a la dictadura en las urnas superó el cuarenta por ciento y se mantuvo así un año después en la elección que enfrentó a Aylwin y el delfín de Pinochet, Hernan Büchi.

Y el grupo de los que estaba en contra del dictador conformado por hipócritas cristianos, liberales de quinto enjuague, socialistas percudidos e izquierdistas derrotados a penas consiguió la mitad más uno del electorado.

Debemos admitir que la dictadura contra con la que se blasfema no era tan impopular como se nos quiere decir y los héroes de la gesta disponían del suficiente viento en la espalda para olear y sacramentar el proceso sin contratiempos.

¡El pueblo unido jamás será vencido! voceaban hoy en el patio de los naranjos como un último acto de sedición e impudicia en contra de las palabras y los hechos.

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