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CHILE - Del sí y el no al quizás

Álvaro Cuadra

Miércoles 5 de noviembre de 2008, puesto en línea por Jordi Berenguer

La década de los noventa inaugura en Chile la era de la Concertación de Partidos por la Democracia. Al mirar en retrospectiva aquellos días, se advierte cómo en un momento de la historia cristalizó un anhelo mayoritario: terminar con una dictadura ignominiosa. En esos días, lo político se planteaba en el plano de las ideas, de los valores, de los sueños.

Cabe preguntarse acerca de las características que se conjugaron en esos tiempos para sacar algunas lecciones útiles para el presente. Lo primero que salta a la vista es el carácter “mitopoyético” que poseyó la lucha por la democracia: la democracia convocaba voluntades, exigía sacrificios, suscitaba expectativas, abría horizontes. En segundo lugar, se trató de un movimiento social protagonizado por los jóvenes de la época, era la juventud de Chile la que reclamaba su lugar. Como tercera característica, y no menor, la Concertación era un movimiento inclusivo, abierto al espectro de partidos e ideas que alimentaban el imaginario político de los ochenta. En cuarto lugar y es quizás uno de los fundamentos del éxito, la Concertación se levantó con nitidez en oposición a un régimen autoritario, sin dejar lugar a dudas sobre sus definiciones básicas. Una coalición capaz de otorgar sentido histórico y, sobre todo, ético a los chilenos, de carácter inclusivo y joven con una identidad política nítida, tales fueron los ingredientes del éxito.

Han pasado casi dos décadas de aquel plebiscito histórico, y las arrugas de una generación comienzan a hacerse evidentes. La Concertación hecha gobierno se ha alejado progresivamente de sus fundamentos históricos y éticos. Todo parece resolverse por los llamados “operadores políticos”, pinganillas especializados en malas artes, expertos en todo tipo de enjuagues acomodaticios y corruptelas para asegurar un puesto en el aparato público o el triunfo de algún candidato, carentes del más mínimo sentido cívico y ético.

Un conglomerado que nació joven se ha convertido hoy en una casta de dirigentes cuyos rostros se repiten hasta el cansancio, sumando décadas en el poder Legislativo o en puestos de gobierno. De este modo no sólo se impide el recambio generacional sino de ideas. Un conglomerado sordo a los nuevos tiempos es, en los hechos, una nueva clase conservadora. La juventud actual no se siente convocada por una política de carácter conservadora y reaccionaria.

Aquel espíritu generoso e inclusivo que aglutinó a los jóvenes chilenos de los ochenta se ha convertido en la actualidad en una red de influencias de carácter nepotista. La Concertación se ha convertido en un conglomerado de poder, cuando no en una agencia de empleos que distribuye prebendas a sus agentes en todo el país. La Concertación excluye sistemáticamente toda demanda que cuestione su estrategia conservadora, sea que se trate de la cuestión indígena o de demandas sectoriales de los trabajadores de la salud o de la educación.

Por último, a casi veinte años de distancia, poco o nada queda de aquellas definiciones políticas nítidas. La Concertación de Partidos por la Democracia cristalizó en oposición a la extrema derecha chilena. Es decir, la Concertación era la oposición al proyecto económico neoliberal, al autoritarismo político y a la censura cultural. En la hora actual, el conglomerado oficialista se comporta como una vieja y relamida dama: la Concertación de Partidos por la Democracia cuando dice “No”, quiere decir “Quizás”, y cuando dice “Quizás” quiere decir “Sí”, porque si dijera “Sí” abiertamente, dejaría de ser una dama.

Seamos francos, la herencia de Pinochet sigue vigente: No ha habido cambios sustantivos en lo económico, ni aún frente a la recesión económica que sacude al mundo. No se ha enfrentado el autoritarismo político materializado en la Carta Constitucional que usurpa la soberanía popular hasta el presente. No se ha promovido una política comunicacional democrática, dejando los medios al mercado, lo que significa, en manos de monopolios que se orientan al conservadurismo extremo. La identidad democrática, que alguna vez caracterizó a la Concertación, se ha desdibujado al punto que se hace difícil establecer alguna diferencia con sus adversarios.

La Concertación de Partidos por la Democracia ha dejado de ser aquella nave segura que nos llevaría a buen puerto. Su tripulación ha envejecido y no cuesta mucho distinguir ente ellos a algunos con un parche en el ojo. Así, cada vez que se invita a los pasajeros para una nueva travesía se tiene la sensación de estar comprando pasajes para un viaje en el Titanic.


Álvaro Cuadra es Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. ARENA PÚBLICA, Plataforma de Opinión de Universidad ARCIS.

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