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EUROPA - El consumismo suicida

Juvenal Quispe

Martes 6 de enero de 2009, por Jubenal Quispe

Las fiestas de fin de año en la Europa rica, y en el norte el general, reflejan la miseria de la voluntad y de la inteligencia de las sociedades súper ilustradas. En estas fechas, con mayor naturalidad, las sociedades cultas liberan su frenético instinto de consumo inmoral, para hacer de este vicio una virtud colectiva casi obligatoria.

Hasta cartas románticas nos envían las entidades financieras para que ayudemos a salir de la crisis económica comprando más. ¿Ayudemos a quién? Si los dueños y ministros de la religión del libre mercado nunca pierden. ¿Querrán que terminemos de consumir nuestro futuro con más deudas? Porque nuestro presente hace rato lo hemos despilfarrado.

Cuantos tuvimos la suerte de conocer en carne propia la dureza del empobrecimiento y las carencias cotidianas, contemplamos pasmados las interminables procesiones de tumultos de consumidores segados y embriagados por el deseo del consumo en el nido que en otros tiempos se encubó la modernidad. Cadenas de tiendas comerciales repletas de compradores, quienes tarjetas de crédito en mano hacen largas colas para atrapar objetos suntuosos que minutos más tarde terminan en los contenedores de basura, porque espacios para guardarlos es lo que menos tienen en sus casas.

En estas fiestas se come casi por inercia instintiva. Se cocina en sobreabundancia para saciar a los insaciables contenedores de basura. En España, a partir de la fiesta de Reyes (6 de enero), los gimnasios se constituyen en los nuevos lugares de culto para quitar el sobrepeso a los romanos posmodernos. Sí. La gula en las sociedades posmodernas es casi al estilo romano. Sólo que en lugar de auto provocarse vómitos van al gimnasio o se someten a dietas rígidas.

Millones de euros provenientes del erario público se despilfarran en cada cabalgata de los Reyes Magos en Madrid. Reyes que nunca llegan a los verdaderos pesebres en los que el Niño Dios nace para morir antes de pasar la Noche Buena.

Mientras esto ocurre en el norte rico, en el sur empobrecido la gente muere de hambre. Millones de niños se acuestan en las diferentes noches buenas con el estómago carcomido por el hambre y la miseria. Millones de padres de familia sufren en silencio la Noche Buena porque no tienen para vestir, alimentar y educar a sus hijos. La impotencia entumece sus almas al ver el destino adverso de la miseria de sus descendientes.

Frente a esta situación, cuantos aún creemos en la razón y en la voluntad como cualidades principales del ser humano deberíamos ser autocríticos con nosotros mismos, cultivarnos en la mística del consumo responsable y testimoniar la sobriedad como un estilo de vida sostenible frente a la evidente insostenibilidad del consumismo suicida.

Cuantos confesamos ser cristianos deberíamos liberar la fe cristiana de la religión del libre mercado. Suficiente con que la ética del protestantismo, en palabras de Weber, haya coadyuvado al espíritu del capitalismo, pero ahora este sistema destructor se ha apoderado de los símbolos, fiestas y de las instituciones cristianas para resurgir de sus contradicciones irremediables. En los lugares donde más villancicos y frases sobre el “nacimiento del Dios con nosotros” se repiten, no son en los templos vacíos o envejecidos de las iglesias, sino en los imponentes templos del libre mercado: los supermercados y cadenas de tiendas. Allí la teología de la prosperidad activa la “mística” del consumismo hasta en los cristianos más austeros.

Es tiempo de atrevernos a revisar nuestras propias opciones fundamentales y actuar en consecuencia. Después de todo, la religión del libre mercado subsiste porque existimos quienes, atrapados por el proselitismo de los medios de “comunicación” masiva, hemos vendido nuestras almas a la pasión ciega del consumo irresponsable. Si sólo pudiéramos recobrar nuestra fuerza de voluntad para decidir con responsabilidad lo necesario para consumir, nuestro presente y nuestro futuro serían distintos. Si las noticias sobre el hambre y la inmoral distribución de los bienes del planeta dejarán de ser meras mercancías comerciales y se convirtieran en una interpelación a nuestras opciones y estilos de vida, el mundo dejaría de ser lo que es para ser lo que siempre debió ser. ¡Si tan sólo dejáramos de ser consumidores teledirigidos para ser cada día más ciudadanos responsables …!

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