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MÉXICO - Próxima estación, andén de la muerte

Andrés Bianque

Lunes 28 de septiembre de 2009, puesto en línea por Andrés Bianque Squadracci

“Desgraciado el país que necesita héroes”. (Bertolt Brecht)

El síndrome Amok consiste en una súbita y espontánea explosión de rabia salvaje, la cual hace que la persona afectada, corra locamente, armada y, ataque, hiera o mate indiscriminadamente a las personas o animales que aparezcan a su paso, hasta que el individuo sea inmovilizado o se suicide. Según los psiquiatras, el ataque homicida salvaje va precedido por lo general de un período de preocupación, pesadumbre y depresión moderada.

Por lo general, los conceptos más sabios, aconsejan no guardar, ni reprimir los enfados y mostrar la rabia o la molestia, obviamente, en forma adecuada y de buena manera.
La santísima Biblia aconseja retener la ira para evitar toda clase de discusión o problemas que pudiese llegar a mayores, con otros hermanos.

Estación Metro Balderas, septiembre 18, la hora, con la mano abierta, indica las 5 de la tarde sobre el Distrito Federal, y Balderas convertida en Balacera.

Luis Felipe Hernández, pinta afanosamente un mensaje sobre la pared de la estación. Con plumón acentuado de rabia expresa; “Pinché Gobierno Ratero”.

Un Policía del metro intenta detener la acción, hay un forcejeo, y en eso, Luis Felipe, saca de entre sus pertenencias, un revolver calibre 38, disparando al oficial indiscriminadamente.

Antes de proseguir en los hechos que vienen a continuación, inevitablemente aparecen algunas interrogantes en cuestión.

¿Y sí no hubiese sido sorprendido por el policía en cuestión, qué hubiese pasado? ¿Cuántos días este sujeto se paseó o se pasearía con aquel revolver, esperando “el” momento preciso de desenfundar su cólera, de descargar sus deseos? ¿Cuántos como él, se pasean en los metros del mundo, se pasean en las universidades, en las escuelas, otean desde fuera de sus trabajos?

No se trata de sembrar miedo o paranoia, se trata de inmiscuirnos más con los demás, de ser menos egoístas. De organizarse cuando existan necesidades insatisfechas, no que todo el mundo sienta que está solo, y cuando no puede más, aparecen las tragedias y baños colaterales de sangre, auspiciados por el individualismo reinante.

Con la rapidez usual, el agresor fue moteado de loco, de fanático religioso, y de terrorista. (Obviamente, para estar de acorde a la nueva terminología impuesta).
Los testigos indican que el criminal esgrimía una y otra vez, que la acción, que éste realizaba, “Era en nombre de Dios. Y, que era el Gobierno el que mataba de hambre, que se pusieran a rezar”.

Las autoridades y medios de comunicación, ágilmente posaron una camisa de fuerza sobre el individuo, que, acertado o no, facilita bastante el hecho de tener que responder por la responsabilidad que como sociedad, se tiene sobre individuos como estos. Las críticas hacia el gobierno pasaron inadvertidas. ¿Gobierno ratero? ¿Razón de tal afirmación?

Es mucho más fácil, criminalizar indiscriminadamente, que buscar causas más profundas en acciones como estas o de mirar hacia las entrañas mismas de una sociedad.

Tal vez, a raíz de las expresiones dichas por el asesino, fue que las palabras del obispo auxiliar de la Catedral Metropolitana, Antonio Ortega Franco, en la homilía dominical, tuvieran cierta relación directa con el sangriento hecho acaecido.

“Orar para que los banqueros y el resto de los agentes económicos del país descubran el verdadero sentido social del dinero, y devuelvan a la sociedad los beneficios que de ella han recibido”

Entonces Luis Felipe, dispara en tres ocasiones al policía, Víctor Manuel Miranda.
Es en ese mismo instante, es en que se produce lo más dramático de la jornada.

En un costado de la realidad, se encuentra un ser humano que, debido a cierto racimo de presiones emocionales incontrolables sobre su cabeza, no da más y por lo tanto, no está en sus cabales.
Probablemente odia al mundo, odia al gobierno, se siente solo, aislado. Fracasado de acuerdo a los cánones del sistema y acurrucada su infancia emocional, sobre lo único que le queda, Dios, es que descargará su furia, revelación y frustración, sobre cualquiera que desafíe el designio, ígneo que lleva sobre las manos.

Un león de uñas aceradas ha atacado la manada de gacelas que corren despavoridas al escuchar el rugido metálico cerca de sus lóbulos. El instinto de supervivencia, que algunos insisten que no es tal en los humanos, que son pulsiones, efectos y lo que sea, hacen correr en estampidas que van delineando el andén con sombras que huyen gritando calladamente, sálvese quien pueda. Eso supuestamente dice el abecedario genético, sociológico, antropológico dialéctico evolucionista sobre los seres humanos.

Pero, en esta otra esquina de la realidad, un ser humano cualquiera, contradice todos los postulados.
Bombardeado por los mismas meriendas de egoísmos diarios en la televisión, explotado como tal vez, ha sido explotado el asesino intempestivo del andén, es que, sin embargo, un simple soldador, albañil de ladrillos ásperos, arremete contra este lobo hambriento de quién sabe qué.

Esteban Cervantes Barrera: Le disparan una vez y sigue peleando, le disparan dos veces y sigue luchando, todo transcurre en fracción de moribundos, y éste se levanta una y otra vez contra el agresor. Que lentos crecen los árboles, y que terriblemente fulminante caen de un hachazo en la frente.

Duele escribir, obviamente uno se pregunta directamente, ¿qué hubiese hecho uno estando allí?
Habrá que identificar y aislar el adn, el gen que este albañil tenía dentro de sí e inocularlo sobre las futuras generaciones del mundo.

Representó a una minoría, eso está claro. Son mayoría indiscutible los que sólo piensan en sí mismos, y en sus intereses, y como de costumbre, tiene que venir un miembro de la clase trabajadora a darle lecciones de humanidad a los indiferentes.

Y todo el mundo se espanta y encabrona contra este verdugo frío y asesino. Piden la horca, la silla y que se pudra en la cárcel. Parece normal.

Lo que no parece normal es que esa misma gente, se quede indiferente, se deje y no reclame en contra de los asesinos económicos a sueldo que existen en el país, los sicarios del erario fiscal.

La Balacera ocurrida en Reynosa, en febrero del presente año, con más de media docena de muertos, no llama mucho la atención. Cuerpos de narcotraficantes desparramados por las calles, para muchos, no es más que lo justo, sobre lo justo.

Balacera tras balacera, plomo, sobre plomo van inclinando la balanza social hacia la demencia y la paranoia que espía en cada esquina, en cada retina.
Y caen las lenguas como afiladas guillotinas sobre los mercantes, mátenlos a todos, enciérrenlos a más.

¿Para qué tanto cuidado con las escuelas cuando aparecen las balaceras? ¿Protegiendo la nueva camada de sicarios y narcotraficantes? Porque si la distribución económica no existe y las grandes masas, a merced de negreros de corbatas finas y sacos elegantes, no tienen acceso a la educación, a la cultura, ni a trabajos dignos y bien asalariados, no es difícil adivinar el final o el avance de postales ensangrentadas de México, que recorran el mundo.

Sí el gobierno, so pretexto de combatir las drogas, reprime a las estudiantes que se organizan en las universidades por ejemplo, ahora la inspección y revisión de todo “sospechoso” estará públicamente aceptada. ¿Por qué me late que habrán bastantes sospechosos de izquierda, entre los revisados e inspeccionados?

La sicosis colectiva, siempre afecta a los pobres y a los que se organizan.

¿Qué más queda? Como en medicina, la política, la economía debe ser preventiva, no sólo amputación corporal de alguna parte afectada, cuando ésta no acata las órdenes emanadas del cuartel central general cerebral de la sociedad.
¿Cuántos reventados por dentro, esperan callados su turno de aparecer en otras estaciones, supermercados y colegios?

México es un país muy religioso, pero Dios es un analgésico, que suaviza las heridas, las enmascara, pero no las cura.

Sean las paredes de la cárcel o de algún manicomio para fanáticos religiosos, lo cierto es que cada ladrillo será una palabra exacta para los ojos de Luis Felipe.

Línea tres del metro, Estación de los Indios verdes.
Albañil añil teñido de rojo. Hermoso obrero de la construcción.
Quizás, dentro de su apellido, llevaba impreso cierto Quijote tierno, que habrá andado los andamios de las injusticias tantas veces, que no pudo soportar tanta crueldad frente a sus ojos.

Se levantó al alba por entre la comisura de los ladrillos, que ahora lo extrañan, corrió galvanizado de costuras luminosas sobre el acero, y siendo artesano de soldaduras y compadre de los metales, imaginó que habrá podido domar el plomo envenenado que manoseaba el ambiente, en aquella estación dónde mueren los valientes.

“Para ti las guirnaldas de Oliva, un recuerdo lleno de Gloria, un sepulcro lleno de honor”

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