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ARGELIA-PERÚ - ¿Un grito de libertad en el desierto?

Javier Diez Canseco, La República

Lunes 4 de octubre de 2010, puesto en línea por Gladys Fernández, Javier Diez Canseco

27 de septiembre de 2010 - La República -
Pasé tres intensos días en los campamentos de refugiados saharahuis, cuatro grandes aglomeraciones humanas en Argelia, entre la ciudad de Tindouf y su frontera con el Sahara Occidental. Unos 160,000 habitantes, organizados para la durísima vida en el desierto, viven allí hace décadas ante la arbitraria ocupación del territorio por el reino de Marruecos. Y es que tanto Mauritania como el corrupto reino alauita buscaron aprovechar la cómplice y apurada partida de España de su colonia norafricana –en los estertores del franquismo, jaqueado por la crisis interna, la presión internacional descolonizadora y la guerra de liberación saharahui unido en el Frente Polisario– para lanzar una ocupación militar de ambos vecinos de la ex colonia española. Marruecos hizo, además, una seudo “marcha verde” para poblar el territorio de marroquíes, haciéndose de sus recursos naturales y su extensa costa, rica en pesca.

La lucha de liberación replegó a Mauritania, pero Marruecos se mantuvo hasta pactar en 1991 un Alto al Fuego con el Frente Polisario para implementar un referéndum de autodeterminación entre la población saharahui, previa elaboración de un padrón de población por la ONU. La última colonia de África parecía encontrar una salida pacífica. Pero Marruecos –con la complicidad de Francia y España, aliadas por prebendas económicas, recursos naturales y la función asignada de ser el policía imperial del Magreb– ha bloqueado la decisión de la ONU, impedido el referéndum y negado la cautela de los DDHH en las zonas ocupadas.

Hoy, el hastío entre los jóvenes y mujeres saharahuis es evidente. “¡Patria íntegra o martirio!” es el grito en los campamentos ubicados en la frontera argelina, pero también de la mayoría de saharahuis que se mantiene en las ciudades ocupadas, movilizados en resistencia cívica y pacífica, brutalmente reprimida por la policía marroquí. Es el sentimiento del ejército saharahui asentado en las zonas liberadas, separadas del territorio ocupado por el muro de exclusión más grande del mundo: 2,300 km.

Es un muro de arena, con puestos militares marroquíes cada pocos kilómetros, cuarteles y artillería, extensas alambradas y zonas minadas de cara a las zonas liberadas. Se calcula que Marruecos mueve cerca de 160,000 soldados en esa área, la mayoría de sus FFAA, a un costo de US$ 3 millones diarios. Dinero que bien podría atender la pobreza y las enormes carencias sociales de los marroquíes en lugar del conflicto colonialista que impide la unidad del Magreb, esos países del norte del África que –unidos– serían otros en el mundo.

La rica experiencia de reuniones y conversaciones con las organizaciones de mujeres, jóvenes, maestros, salubristas y médicos, autoridades de los municipios en que se organizan los campamentos que subsisten con extraordinaria dignidad entre carencias de alimentos y de agua, terminó para participar en la Conferencia que sobre el derecho a la autodeterminación y resistencia del pueblo saharahui impulsaron en Argel el Comité de Solidaridad Argelino y la Comisión de Juristas Saharahuis: 304 participantes de 33 países –con gran participación de españoles, argelinos y delegados saharahuis de las zonas ocupadas– reafirmaron la justeza y legalidad de la autodeterminación saharahui, hoy trabada en la ONU. Se anunciaron nuevas acciones de resistencia en zonas ocupadas y la organización de una flotilla de solidaridad desde las Islas Canarias hasta las costas ocupadas contra el colonialismo marroquí.

Desde aquí leí las encuestas sobre las elecciones en Lima y la superioridad de Susana Villarán frente a la derecha. Reafirmé que el cambio es posible y que el pueblo de Lima, y de muchas regiones del Perú en los que ganarán candidatos progresistas, nacionalistas y de izquierdas, lo anhela y lucha por él. Y confirmé que un grito de libertad no es un simple grito en el desierto: es un grito de esperanza que germina en cualquier terreno si hay un pueblo digno detrás.


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