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La huída hacia adelante

Miguel Guaglianone

Viernes 17 de junio de 2011, puesto en línea por Barómetro Internacional, Miguel Guaglianone

En el mes de mayo beatificamos a un papa, casamos a un príncipe, hicimos una cruzada y matamos a un moro.
Bienvenidos a la Edad Media
Autor desconocido–recibido por Internet

El párrafo anterior describe en forma magistral la esencia de lo que intentamos mostrar en un trabajo anterior sobre el auge de la barbarie hoy suelta por el mundo. La situación geopolítica mundial atraviesa un período coyuntural marcado por el empleo indiscriminado de la fuerza militar, el abandono de todas las formas institucionales, el pragmatismo (la realpolitikl) como único móvil y justificación de las acciones, y en definitiva, el fin de la vigencia de algunas instituciones sociales inspiradas en las ideas “civilizatorias” hijas del Iluminismo y de la burguesía que triunfaran en la Revolución Francesa.

Inmersa en el entorno de la crisis global económica y financiera, toda la estructura del sistema establecido chirría y se estremece. El “capitalismo bueno”, la sociedad de consumo, el welfare state (el estado de bienestar), la promesa de una tecnología capaz de “llevarnos a la felicidad”, todo el “establishment” impuesto por el poder económico y político y refrendado día a día a través de la red global de medios masivos de comunicación, están hoy en total entredicho frente a una realidad que lo contradice. Los países centrales están produciendo en forma acelerada, pobres y excluidos en su propio seno. Ya nuestra periferia no es en forma exclusiva el centro del hambre, la falta de esperanza y el dolor de las multitudes.

Todo parece indicar que estamos ante el fin de ese estado de bienestar: el desempleo creciente no da marcha atrás, la reducción de la producción se acelera, se mantiene inexorable la caída del consumo y los estados nacionales más “desarrollados” acumulan diariamente su déficit crónico. La Unión Europea se debilita y tiende a desintegrarse (amenazando con abandonar hasta su moneda común, ya que cuando las cosas aprietan cada uno busca su propia salvación), el Japón se hunde en una situación que terremotos, tsunamis y catástrofe nuclear terminaron por convertir en desesperada, los Estados Unidos siguen acumulando la mayor deuda externa y el mayor déficit mundial mientras las grandes masas de su población no tienen trabajo y reducen inexorablemente su condición de vida.

La huída hacia delante

¿Y, cuáles son las respuestas a toda esta situación? Más y más de lo mismo. Los poderes establecidos, sin excepción, responden a la situación de crisis general huyendo hacia delante, exasperando al máximo todas las acciones y conductas que produjeron la crisis y que prosiguen agravándola.

El despliegue y la institucionalización de la fuerza

“La fuerza es el derecho de las bestias”
Marco Tulio Cicerón

El complejo militar–industrial persiste en estimular, promover y sostener la guerra cotidiana, como la mejor forma de incitar a una producción y un consumo en recesión (aunque sean los de las armas), mientras que los gobiernos de los estados centrales –a los que la crisis económica ha quitado capacidad para negociar recursos naturales y materias primas– utilizan la guerra de conquista (al mejor estilo de la barbarie) como forma de asegurarse la propiedad de esos recursos, despojando de ellos a sus legítimos dueños (casualmente los países de la periferia). Mientras se lee esto, las bombas siguen cayendo sobre Libia, dónde según testigos presenciales se está ensayando todo tipo de armamento (bombas perforantes, bombas “sólo mata gente”, nuevos drones, proyectiles de nueva generación, etc.). Y siguen muriendo en forma diaria los civiles, clasificados en el eufemístico lenguaje de la guerra como “daños colaterales”.

El gobierno de Libia declara que en un día los bombardeos han matado a 75 de sus ciudadanos, y la dirigencia de la OTAN reunida en Ginebra, responsable directa de esas muertes, contesta inmediatamente que “eso no les consta”. El presidente Barak Obama presiona a los estados miembros de la OTAN que todavía no participan en los ataques (entre ellos a Alemania, España y algunos de Centro Europa) para que se incorporen inmediatamente a la matanza –la verdad oculta es que los Estados Unidos y los otros estados de los países europeos apenas tienen ya la capacidad económica para cubrir los costos de la agresión y para mantenerla necesitan de la participación y complicidad de todos– y mientras tanto se sigue haciendo pedazos la infraestructura de un país soberano y crece diariamente el número de sus muertos. Este es el panorama principal, pero en Irak y Afganistán la gente también sigue muriendo bajo las armas todos los días, así como en Costa de Marfil y otros países de la devastada África.

Desde la “muerte de Bin Laden” no sólo la descarada agresión militar, sino también el asesinato individual programado y la tortura –Obama dixit– se han convertido en “formas aceptables” de actuar (por supuesto para las naciones poderosas). Mientras tanto, un triste Secretario General de las Naciones Unidas (que tiene el descaro de presentarse a reelección) opera como un “agente” más de la guerra, aliado en su logística a los poderes centrales.

El hundimiento de la economía y otra vez más de lo mismo

Mientras campea la crisis económica global, los cada vez más empobrecidos y endeudados Estados de los países centrales responden con la aplicación de “paquetes económicos” neoliberales, al mejor estilo de los años 80. Cargan sobre las espaldas de las grandes masas de su población el precio de la quiebra, desarticulan los sistemas de prevención social y salud que constituyeran la base del estado de bienestar, privatizan a precios ridículos los sistemas productivos todavía en manos de esos estados, “ajustan” sus sistemas tributarios para golpear a sus ciudadanos comunes y mantener protegidos e impunes a los grandes capitales, y en definitiva, aplican con cada vez mayor rigor un sistema de respuestas económicas que hace ya varias décadas han demostrado su ineficacia, pero que benefician y protegen directamente al sector económico–financiero (y dueño del poder) más privilegiado y generan el empobrecimiento inevitable del grueso de la población.

Y a pesar de la declinación constante de las bolsas de valores, el juego cotidiano de la especulación sigue beneficiando a las grandes corporaciones, que cada año muestran con total desparpajo en sus balances el crecimiento progresivo de sus inmensas ganancias. La acumulación del capital sigue acrecentándose en la cima de la pirámide (los ricos son cada vez más ricos).

Mientras tanto, la Reserva Federal estadounidense sigue emitiendo dinero inorgánico, lo cual, si se tratara de una moneda como todas las demás solamente produciría su desvalorización frente a ellas, pero como lamentablemente es la moneda utilizada como reserva e intercambio a nivel global, produce al devaluarse un inevitable y progresivo hundimiento general de toda la economía y aumenta diariamente el riesgo inminente de una catástrofe financiera global, que haga estallar en pedazos todo el sistema económico mundial establecido y traiga devastación tanto a los responsables como a todos los demás habitantes del planeta.

La destrucción del medio ambiente, por aquí también seguimos adelante

Paralelamente sigue a plena marcha la acelerada destrucción del medio ambiente, producto directo del sistema industrial productivista, depredador y. sólo movido por el afán de ganancias. Cada día que pasa* el sistema establecido (en su mayor parte por los países “industrializados” con los Estados Unidos a la cabeza, aunque algunos de los “países emergentes” están participando activamente en esta locura) libera a la atmósfera del planeta 100 millones de toneladas de gases tóxicos, el 80% de este volumen está constituido por CO2, responsable directo del “efecto invernadero” y del calentamiento global. De la misma forma, en un solo día nuestra Civilización Occidental quema 87.000.000 de barriles de petróleo, 9.000.000.000 de metros cúbicos de gas natural y 20.000.000 de toneladas de carbón, todos ellos recursos naturales no renovables y por lo tanto en vías inevitables de desaparición.

El efecto invernadero está produciendo un aumento progresivo de la temperatura de la atmósfera del planeta que provoca entre otras catástrofes, el que diariamente se derritan 2.500.000 de toneladas de hielo natural, tanto del Ártico como de los glaciares diseminados en todo el planeta. Pero sus más inmediatos efectos (ya que los anteriores pueden considerarse –y el sistema transnacional de medios masivos hace todo lo posible para que así sea– bastante alejados de la realidad cotidiana de las gentes) se muestran en los terribles efectos de los cambios atmosféricos. Inundaciones, sequías, cambios en los sistemas de vientos que provocan el recrudecimiento de fenómenos como El Niño y La Niña y el aumento en cantidad e intensidad de los regímenes habituales de huracanes y tifones en ambos hemisferios del planeta, vienen provocando en los últimos años efectos catastróficos en vidas humanas y recursos en todos los rincones del globo.

Para completar, la progresiva deforestación de los bosques (30.000 hectáreas por día), no solo se constituye en otro factor agravante de ese cambio climático, sino que va eliminando sistemáticamente un recurso natural que entre otras cosas es el principal productor del oxígeno (O2), un gas vital para los seres humanos. A esto se suma el aumento progresivo de los monocultivos industriales, que van desplazando a la agricultura tradicional productora de recursos alimentarios para generar recursos que provean las necesidades del sistema económico–productivo–consumidor (biocombustibles, alimento para animales, producción de pulpa de papel, etc.),

Agreguémosle también la presencia de alrededor de 350 centrales nucleares que no sólo corren el riesgo real de producir desastres como los de Chernobyl o Fukushima, sino que en su mejor operación normal, producen desechos radioactivos en forma acumulada, para los cuales no existe una solución viable. Continuarán amenazando con sus emisiones a toda vida sobre la Tierra durante por lo menos los próximos 50.000 años.

Todo este amenazante panorama es también ignorado, y prosigue con sus acciones suicidas la marcha hacia delante (porque así lo determinan los intereses de los grandes capitales). Los países centrales (EE.UU sobre todo) rechazan o retardan la aplicación del Protocolo de Kyoto, una tímida propuesta para intentar reducir la emisión de gases a la atmósfera, porque a ninguna de las grandes corporaciones industriales les interesa reducir sus producciones e invertir en infraestructuras menos contaminantes. Países como Francia aceleran la instalación y construcción de reactores nucleares. La Barrick Gold, una de las principales trasnacionales mineras, gasta cientos de miles de dólares en publicidad para convencernos que son una empresa responsable y preocupada del medio ambiente, y que el desastre ecológico que está a punto de producir en Chile, no es tal. La Monsanto, otra de las grandes corporaciones, nos cuenta que sus semillas transgénicas y el glifosato que produce, son contribuciones para “acabar con el hambre en el planeta” y no sistemas agresivos y monopólicos de siembra que, no sólo colocan a los productores en las manos de la corporación, sino que dejan como resultado suelos arrasados e improductivos, contaminación tóxica y la extinción de especies vegetales y animales.

El viraje a la derecha también es parte de la respuesta

Mientras tanto, y para consolidar el “más de lo mismo”, en los procesos electorales que se van dando en los países centrales, el cada vez más reducido número de votantes que todavía cree en el sistema de democracia representativa bipartidista, se vuelca a apoyar a las derechas, que logran venderles una imagen de salvadoras, de ser las únicas con la firmeza necesaria para volver a épocas más felices (prometiendo entonces a viva voz, volver a lo mismo). Los republicanos ganan la mayoría en el Senado y dejan en entredicho la anterior mayoría demócrata en Representantes, en los Estados Unidos. En las elecciones municipales españolas (excepto en el país vasco) la derecha del PP derrota a los socialdemócratas y a las otras fuerzas. En Francia las encuestas registran todavía como posible ganadora de elecciones presidenciales a Marie Le Pen, hija del más popular político de la ultraderecha gala. Es en los restos del aparato político–electoral de las democracias occidentales entonces, dónde se percibe con mayor claridad el fenómeno que venimos estudiando.

Panorama del Apocalipsis

Todo esto configura un panorama de rasgos apocalípticos. Los graves problemas generados por todo el sistema de poder que maneja los rumbos de nuestras sociedades, no sólo parecen agravarse, sino que todas las respuestas tanto de los grandes intereses corporativos como de los gobiernos de los países centrales y de las “instituciones internacionales” que éstos controlan, están orientadas no solo a mantener, sino a agudizar las contradicciones, los conflictos y las dificultades.

Todas las acciones por parte de los que toman las decisiones representan mucho más de lo mismo: la humanidad parece encaminarse hacia el abismo a través de una espiral progresiva de agresión, represión y violencia.

La esperanza

Y sin embargo, los hechos nos permiten conservar la esperanza. Basta que miremos hacia atrás en la historia para percibir que la fuerza desnuda (esa que nos están aplicando) nunca ha servido para mantener la dominación por mucho tiempo. Ella misma genera las respuestas y el alzamiento de los dominados.

Talleyrand, uno de los más hábiles políticos que ha dado nuestra cultura occidental (fue sucesivamente ministro del Rey Luis XVI, de toda la Revolución Francesa y de Napoleón) le dijo a éste último: “Sire, con las bayonetas se puede hacer todo, menos sentarse sobre ellas”. Entendía muy bien que la dominación implica mucho más que el mero empleo de la fuerza bruta.

Y es lo que está sucediendo en nuestros días. El sistema de persuasión tan prolijamente elaborado e impuesto después del fin de la Segunda Guerra Mundial, y transmitido y mantenido sobre todo a través del control de la red transnacional de medios de comunicación, viene perdiendo su credibilidad a pasos agigantados en las grandes mayorías del planeta (y sobre todo en los países centrales). Los cotidianos cantos de sirena del consumo, del hedonismo, de los patrones de frivolidad y descompromiso impuestos como forma de control, ya no pueden convencer ni siquiera al ciudadano medio de los países centrales, que hoy vive cada día el progresivo alejamiento, no solo de alcanzar los patrones de consumo que el sistema la propone, sino siquiera de su supervivencia personal.

A pesar entonces que el despliegue del bombardeo mediático es cada vez más desenfrenado (parte de la misma huída hacia delante) la propuesta va perdiendo día a día, como decíamos antes, su credibilidad ante una realidad que lo contradice.

Y allí están las respuestas de la gente. Desde hace más de una década en nuestra Latinoamérica y desde abajo, los pueblos van eligiendo e imponiendo liderazgos que giren el timón hacia la inclusión social, el combate a la pobreza, la independencia, la soberanía y la integración del continente.

El Medio Oriente y el Magreb se incendian con el alzamiento y las protestas colectivas de los pueblos que ya no creen en el orden establecido y exigen los cambios necesarios en sus sociedades. Y los estallidos se extienden desde Grecia hacia España, Francia y Portugal en una Europa que se tambalea ante el peso de la crisis. Las protestas colectivas, a pesar del silencio impuesto por los medios, se van haciendo cada vez más frecuentes en el seno de unos Estados Unidos que habían logrado acallarlas desde el principio del Siglo XX.

Estas son las respuestas de las gentes a la huída hacia delante de los que creen tener la sartén por el mango, y en esas respuestas está enmarcado el futuro que legaremos a nuestros hijos y nietos. Frente al hundimiento del sistema establecido, sólo es posible la respuesta de crear alternativas diferentes.

Allí es donde está centrada hoy la pelea necesaria, unámonos para darla.


miguelguaglianone[AT]gmail.com

Fuente: Día Mundial del Ambiente: ¿Algo que celebrar?, por Julio César Centeno, publicado en la web el 09–06–11 por Barómetro Internacional

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