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CHILE - 2012: el movimiento estudiantil en la encrucijada

Sergio Grez Toso, Le Monde Diplomatique - edición chilena

Jueves 19 de enero de 2012, puesto en línea por Claudia Casal

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Le Monde diplomatique - edición chilena, enero-febrero de 2012 - El 2011 chileno se caracterizó por un renacer de las movilizaciones sociales. Un recuento parcial debe considerar entre las más significativas los paros y protestas regionales y comunales de Magallanes, Arica y Calama; las marchas contra el mega proyecto de HidroAysén, las manifestaciones a favor de los derechos de la diversidad sexual; las huelgas de los trabajadores del cobre (de empresas estatales y privadas); los paros de los empleados fiscales; las acciones del pueblo mapuche por la libertad de sus presos políticos, por la recuperación de sus tierras y por la reconquista de otros derechos conculcados; las protestas de los pobladores de Dichato damnificados por el terremoto y maremoto de 2010 y, sobre todo, el gran movimiento por la educación pública encabezado por los estudiantes de todos los niveles de la enseñanza, que durante más de seis meses conmovió al país, concitando interés en el mundo entero.

Este movimiento fue, sin duda, el de más impacto social, político y cultural. Logró muy poco, casi nada en el plano reivindicativo porque el gobierno sólo “concedió” reformas cosméticas al modelo de “educación de mercado” ya que no podía satisfacer el petitorio de los estudiantes y sus aliados, so pena de poner en riesgo todo el modelo neoliberal. Pero fue muy exitoso en términos de instalar en la opinión pública la preocupación por la educación como tema de prioridad nacional, cuestionando características esenciales del modelo imperante como el lucro, la desigualdad y el rol meramente subsidiario del Estado. Los componentes del movimiento por la educación pública, especialmente los estudiantes, contribuyeron de manera notable durante el año 2011 a deslegitimar uno de los aspectos del modelo neoliberal impuesto por la dictadura y consolidado por los gobiernos de la Concertación.

Pero su aporte no se limitó al plano de la educación, también significó una crítica implacable -a veces demoledora- de la institucionalidad y de las prácticas políticas imperantes en el Chile postdictatorial.
El carácter tutelado, protegido y de baja intensidad de la democracia neoliberal chilena quedó al desnudo en muchas oportunidades. La “clase política” sin distinciones de partidos ni bloques fue sometida a la crítica más incisiva de las últimas décadas y su nivel de desaprobación ciudadana alcanzó porcentajes récords [1].

Con todo, los estudiantes no consiguieron los puntos principales de sus petitorios. La intransigencia del gobierno, que apostó a la represión, la manipulación mediática, las presiones políticas y financieras sobre los establecimientos públicos educacionales, además del cansancio y desgaste natural de estudiantes, profesores y funcionarios de la educación luego de largos meses de paros, tomas, asambleas y manifestaciones, puso término a este primer período de movilizaciones con resultados ambiguos y sentimientos encontrados de sus protagonistas.

El “empate” con el gobierno era predecible desde el momento en que fue evidente que otros actores sociales no reforzarían al movimiento por la educación pública y que éste, a pesar de las amplias simpatías que concitaba en la ciudadanía, no se traduciría en movilizaciones masivas de trabajadores ni menos en paros productivos. El fracaso del pseudo paro decretado por la cúpula de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) a fines de agosto fue un indicio claro de que los estudiantes no lograrían sumar refuerzos frescos en esa etapa. La ruptura de conversaciones entre los dirigentes estudiantiles y el gobierno ocurrida algunas semanas más tarde y el descenso escalonado de participantes en las manifestaciones luego del receso de las Fiestas Patrias, fue el anuncio del reflujo que se instaló a partir de octubre.

El repliegue: un respiro para agrupar fuerzas

Venciendo las resistencias de sus sectores maximalistas que proponían una política de “todo o nada” y de inmolación ante la intransigencia gubernamental, el movimiento estudiantil universitario inició en noviembre un repliegue que significó el término de los paros y tomas a fin de salvar el año académico, evitar el colapso de sus universidades, mantener becas y otros beneficios que estaban siendo amenazados por las medidas del Ejecutivo.

En diciembre, varios colegios “emblemáticos” optaron por una línea similar que implica un respiro, la recomposición de fuerzas y la preparación para un nuevo ciclo de movilizaciones durante el año 2012. Estas decisiones no fueron fáciles ni unánimes. Serias divisiones afloraron entre los estudiantes, entre estos y los profesores y al interior de las comunidades y estamentos involucrados. Sin embargo, los estudiantes universitarios mostraron mucha madurez en la resolución de sus conflictos internos, procediendo a renovar las directivas de sus principales federaciones en un clima de competencia regulada entre distintas corrientes políticas, de acuerdo a normas y procedimientos incuestionablemente democráticos.

La decisión de continuar las movilizaciones de manera unitaria ha sido proclamada por los líderes de todos los sectores representados en las organizaciones del estudiantado universitario, independientemente de sus diferencias. El panorama es más complejo entre los secundarios ya que a las discrepancias entre sus propios referentes (como la ACES y la CONES) se ha sumado la sensación de haber sido “abandonados” por los universitarios. Y hasta comienzos del verano 2011-2012 persiste la ocupación de algunas decenas de colegios por alumnos que no tienen más perspectiva que continuar su acción “hasta las últimas consecuencias” (léase el desalojo policial).

Problemas y desafíos

Para pasar a una nueva fase de la lucha contra la educación de mercado el movimiento estudiantil necesita resolver varios problemas fundamentales. En primer lugar, debe dotarse de un petitorio unificado que garantice la unidad de todos sus componentes, base para un proyecto educacional alternativo al actual modelo y a las reformas superficiales propuestas por el duopolio hegemónico del poder político (Coalición y Concertación).

Al mismo tiempo debe superar los peligros que lo acechan desde su derecha y desde su “izquierda”. El movimiento estudiantil debe preservar su independencia frente a los cantos de sirena que la Concertación redoblará en un año de elecciones para intentar ponerlo a su remolque y captar el capital político conquistado durante las movilizaciones [2].

Sin aislarse ni pretender una quimérica construcción de “poder” de espaldas a la política real, los estudiantes deberían ser capaces de dotarse de sus propias formas de representación política que, en conjunto con otros movimientos sociales, les permitan proyectarse sobre el escenario nacional, sin descartar alianzas con referentes políticos contestatarios del actual modelo de economía y sociedad imperante en Chile. La convocatoria a una Asamblea Constituyente para proceder de manera democrática -por primera vez en la historia nacional- a la refundación de las bases de la institucionalidad, proporciona un horizonte político común para unir fuerzas y movimientos [3]. Las condiciones están dadas para trabajar seriamente en esa perspectiva [4].

Pero los estudiantes también deberán hacer un serio esfuerzo por criticar, aislar y neutralizar políticamente a aquellas tendencias que surgen como excrecencias “maximalistas” en su propio seno. Los cultores de la violencia ciega, sin más sentido que el desfogue como reacción a su propia impotencia para formular propuestas y dar direccionalidad política, deben ser objeto de una severa crítica. La pirotecnia “revolucionaria” de pequeños grupos incapaces de asegurar conducción al movimiento y de ganar legítimamente representación en sus organizaciones naturales, sustituyendo la acción colectiva por los actos “heroicos” de minorías iluminadas, tiene que ser condenada por su colusión objetiva con las políticas del poder. Igualmente es necesario que el movimiento estudiantil supere aquellas visiones del “todo o nada”, incapaces de distinguir etapas en el desarrollo de un movimiento y objetivos de corto, mediano y largo plazo. Sin atribuirse roles mesiánicos, el movimiento estudiantil puede desarrollar acciones pedagógicas de politización hacia el resto de la sociedad chilena. En buena medida ya lo hizo durante las grandes movilizaciones del año pasado.

De allí la toma de conciencia ciudadana acerca de la necesidad de cambiar el injusto y catastrófico sistema educacional imperante en el país. En la nueva fase que se avecina, los estudiantes junto a los profesores y trabajadores de la educación deberían profundizar la crítica al modelo, proponer soluciones alternativas y establecer de manera muy didáctica el vínculo entre los males de la educación, el modelo económico neoliberal en su totalidad y la democracia tutelada y de baja intensidad que padece la mayoría de la población.

En este vínculo reside, precisamente, la posibilidad de tender lazos solidarios entre distintos movimientos sociales en base a plataformas convergentes en su oposición al neoliberalismo y en torno a la reivindicación de una democracia plena y sin cortapisas autoritarias. Sólo la conformación de un amplio frente de sectores sociales y políticos opuestos al modelo neoliberal y partidarios de una efectiva democracia política y social, puede aportar las fuerzas adicionales que permitan derrotar al sistema de educación de mercado, ganando también la batalla global contra el neoliberalismo.

Asumir estas tareas implica superar ciertas concepciones que de manera dispersa pero persistente se han difundido en el último tiempo. Las principales y más perniciosas de estas ideas podrían sintetizarse en las siguientes proposiciones: “Vivimos un período pre revolucionario, por ende nuestra política debe ser maximalista e intransigente. Los movimientos sociales no deben participar en el juego político institucional, tienen que construir su propio espacio de poder lejos del Estado, en lo posible ignorándolo, para concentrarse en potenciar su identidad y memoria y en el desarrollo de recursos propios. Los movimientos sociales populares (en este caso el estudiantil) sólo deben deliberar (permanentemente), concordar, imponer y no transar. Los partidos políticos no son necesarios -ni ahora ni más tarde- desde el momento en que las ‘bases ciudadanas’ ejercen su soberanía”.

Sería absurdo negar que ante el descrédito de la política “oficial” representada por los partidos insertos en el juego parlamentario de la actual democracia neoliberal, este tipo de entelequias ha encontrado cierto eco en sectores estudiantiles. No obstante su seductora retórica anti-sistema, este discurso oculta debilidades e incongruencias que es preciso develar para evitar el desarme ideológico y político de los movimientos sociales contestatarios, entre ellos el estudiantil.

El enclaustramiento en quiméricos “falansterios”, cultivando una inmanente “memoria popular”, tejiendo pacientemente la tela de su micro “poder” de espalda a las mediaciones y conflictos de la política realmente existente, ignorando al Estado y las correlaciones de fuerza entre los actores sociales y políticos, es un espejismo que sólo puede sembrar derrotas y generar impotencia entre sus seguidores. Su único horizonte es la esterilidad política y el cultivo de una eterna rebeldía que no puede transformarse en poder efectivo. Para evitar ese callejón sin salida, conservando su autonomía, los movimientos sociales pueden y deben abrirse al juego de la política, procurando generar sus propios instrumentos políticos so pena de verse obligados a retirarse a las áridas tierras de la Utopía fundamentalista o a delegar en otros la representación de sus intereses. Es altamente probable que durante el presente año las movilizaciones por la educación pública asuman formas distintas que en el 2011. Sacando lecciones de la experiencia acumulada, varios líderes estudiantiles han estimado que la estrategia basada en prolongados paros, tomas de establecimientos educacionales y marchas, si bien dio sus frutos, tuvo sus límites y no necesariamente constituirá la mejor línea de acción en los próximos meses.

Aunque las marchas y manifestaciones públicas pueden seguir siendo efectivas medidas de presión, los paros de largos meses (acompañados o no de ocupaciones de establecimientos) terminaron por ser inocuos ante la decisión del gobierno de dejar que los colegios municipalizados y las universidades estatales se “pudrieran” como resultado de tales acciones. Peor aún, al cabo de varios meses, las tomas y paros, que habían servido para llamar la atención de la opinión pública, comenzaron a convertirse en elementos funcionales a la política gubernamental de erosión de las instituciones públicas de educación. Las tácticas corresponden a determinados momentos de la lucha, no pueden ser fetiches a los que hay que aferrarse a toda costa. El movimiento estudiantil deberá, pues, inventar otras formas de presión. Creatividad tiene de sobra.


Republicación por iniciativa del autor.

Sergio Grez Toso es Historiador, académico de la Universidad de Chile.

sergiogreztoso[AT]gmail.com

http://www.lemondediplomatique.cl/Chile-2012-el-movimiento.html

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[1Un breve análisis sobre estos temas en Sergio Grez Toso, “Un nuevo amanecer de los movimientos sociales en Chile”, en The Clinic, Nº409, Santiago, 1ro de septiembre de 2011.

[2Una buena señal en este sentido la ha dado el nuevo Presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH), quien ha asegurado que el movimiento estudiantil no será el “comando juvenil” de la probable candidatura de Bachelet a la Presidencia de la República.

[3Una revisión histórica a los procesos constituyentes en Sergio Grez Toso, “La ausencia de un poder constituyente democrático en la historia de Chile”, en Varios autores, Asamblea Constituyente. Nueva Constitución, Santiago, Editorial Aún Creemos en los Sueños, 2009, págs. 35-58.

[4Definida acertadamente por Jaime Massardo como la “de un nuevo Chile”, “una Segunda República donde todos podamos vivir en condiciones mejores, forjando un futuro construido por todos”. Jaime Massardo, “Lecciones del movimiento estudiantil. Nace una nueva forma de hacer política”, en Le Monde Diplomatique, edición chilena, n° 121, Santiago, agosto de 2011, pág. 11.

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