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CHILE - “El Mercurio”, eterno conspirador
Paul Walder, Punto Final
Lunes 15 de octubre de 2007, puesto en línea por
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15 de junio de 2007 - Punto Final - El consorcio de El Mercurio, que comparte casi la mitad del mercado de periódicos en el país y controla prácticamente la totalidad de los diarios regionales, tiene a su haber más del ochenta por ciento del total de la inversión en publicidad en prensa escrita y, lo que no es minucia, también tiene en sus manos el control de la agenda pública.
El Mercurio, que exuda poder en cada una de las variables citadas, tiene sin duda mucho más. Más de cien años de historia, relaciones geológicamente profundas con todas las áreas del poder, desde el económico, político, militar y, por cierto, cultural. Un poder, en lenguaje gramsciano, hegemónico, que tiene en sus registros no sólo la capacidad de influir en la realidad, sino modelarla y convertirla en una aparente e interesada verdad. Pero existe otra verdad jamás publicada por ese medio, que surge de haber extremado la historia hasta sus límites con conductas de evidente sedición y golpismo. Hoy existe suficiente información escrita, por cierto no publicada en El Mercurio, que vincula al propietario de esta entidad, Agustín Edwards Eastman, con el golpe de Estado de 1973.
Cabe citar algunos de esos antecedentes, para perfilar al diario que se eleva hoy como guardián de los valores, las buenas costumbres y del andamiaje político chileno. El propietario y director de El Mercurio realizó, en 1970, gestiones en la Casa Blanca para que el gobierno de Estados Unidos impidiera la asunción del entonces presidente electo Salvador Allende. Si fracasaba esta acción, el plan era derrocarlo. El Mercurio recibió más de un millón y medio de dólares de la CIA para poner en marcha el complot. Estas y otras evidencias están descritas en documentos públicos, como el Informe Church del Senado de Estados Unidos, las memorias del ex secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, documentos desclasificados de la CIA, testimonios de ex altos funcionarios del gobierno de Richard Nixon y en diversos trabajos de investigación periodística.
Hablar de El Mercurio no es simplemente referirse al mayor consorcio informativo chileno, sino que es aludir a una compleja red con oscuro entramado, que además de haber delineado la historia está empeñada en reproducirla, en consolidar aquella historia -que es la estructura del poder- en el presente, y replicarla hacia el futuro. En este proceso de reproducción no hay nada más conservador que la apariencia liberal con que se maquilla este medio. Una superficie de modernidad, tecnología, globalización comercial, que oculta las telarañas de una estructura oligárquica enlazada con los mismos poderes que la sostenían hace más de un siglo, tal vez dos.
Es esa su condición histórica. Su función diaria, es marcar la agenda pública, instalar temas, borrar otros, interpretar, silenciar. Mantener los equilibrios políticos y económicos tal como han sido escritos durante los últimos años, décadas, o, en el decir de esta oligarquía, tal como han sido siempre.
Presionando al gobierno
Lo que ha sido antes, es también ahora. El Mercurio parece inquebrantable. Sólo durante el año pasado tumbó a dos ministros e impidió, día a día, el desarrollo de otras agendas, entre ellas, la del gobierno. La Moneda ha debido resolver crisis tras crisis, de las que tal vez sólo la de los estudiantes, los casos de corrupción y, por cierto el Transantiago, no surgen desde los intereses de los grupos de poder relacionados y amplificados por este consorcio. El resto de las crisis escritas en la agenda mediática, entre ellas la del gas argentino, el conflicto mapuche, la inseguridad ciudadana, el voto chileno para el Consejo de Seguridad de la ONU y la percepción de ingobernabilidad, responden a intenciones bien determinadas. La obsesión contra el presidente venezolano Hugo Chávez es tema y fantasma ancestral aparte.
Es posible afirmar que El Mercurio integra y condensa todo el imaginario conservador, hoy también neoliberal, que emerge en nuestra más reciente historia con fuerza, desde el golpe de 1973. Un ideario que se reinstala y se refuerza con la dictadura bajo la forma de las políticas de mercado, que cruzan con toda facilidad el umbral de la democracia en 1990. El Mercurio, que era el impulsor y centinela de estas políticas desde mediados de los setenta, ha sido y es también su órgano oficial. La aplicación y profundización de estas políticas durante la democracia, del mismo modo que la instalación de ellas durante la década pasada en prácticamente todos los países de la región, consolidó el carácter “oficial” e “institucional” de El Mercurio respecto no sólo de las denominadas reformas estructurales, sino extendido hacia un sentido de realidad, hacia -como repitieron varios gobernantes chilenos-, una “visión de país”. Salvo aspectos puntuales en ciertas políticas públicas y económicas, la armonía fluía desde La Moneda a Santa María de Manquehue, sede de El Mercurio. Y viceversa.
El conservadurismo, por definición, no cambia. No está en su naturaleza. La mayor presión de El Mercurio hacia el actual gobierno, así como su abierta oposición a las relaciones exteriores de Chile con países latinoamericanos que considera “populistas”, liderados éstos por Venezuela, han conducido a un aparente giro en la línea editorial del matutino. Un vuelco, cambio diríamos, en cualquier caso ilusorio: lo que se ha transformado es el cuadro político regional, con evidentes influencias internas. El Mercurio simplemente apuntala la tradición, los intereses, las riquezas ganadas durante las décadas de políticas de mercado. Lo que ha primado por más de un siglo, y durante las últimas décadas, hoy se hace más visible sólo por contraste.
Las comparaciones histéricas entre el actual momento y los previos al golpe del 73 que hacen algunos columnistas del matutino y numerosos lectores a través de “Cartas al director”, es sólo el regreso de los viejos fantasmas de la oligarquía nacional y regional, que han vuelto a instalar en Sudamérica un clima de guerra fría. Son fantasmas levantados por el mismo diario que incitó y articuló el golpe de Estado de 1973.
Crear un clima de terror y odio desde esta tribuna es hoy mucho más fácil que hace 34 años. El poder de El Mercurio no tiene contrapeso: no lo tiene de otros medios -Copesa con La Tercera es sólo un competidor comercial-, no existe una sociedad civil pensante y organizada, no hay sindicalización fuerte, el sistema de partidos mantiene el statu quo y los inquilinos de La Moneda, temerosos de este poder, simplemente pactan. Tiene un poder que desborda lo puramente mediático y se imbrica con otros poderes, entre ellos el político y el mismo Estado. Ante esta capacidad, los gobiernos de la Concertación, de forma sistemática, han claudicado - han sido cooptados, ha dicho el sociólogo Felipe Portales- por el poderoso tejido que configuran los poderes representados por el matutino.
El poder economico
De partida, está el poder económico expresado a través y por El Mercurio. Como ya es sabido, la prensa escrita en Chile está segmentada en partes más o menos iguales entre El Mercurio y Copesa, consorcios que suman con sus diferentes productos cerca del 99 por ciento del mercado y la circulación. Se deja un uno por ciento para La Nación.
Esta concentración de la circulación cobra aún más densidad en otras áreas. En la publicidad de la prensa escrita, que representa aproximadamente un 30 por ciento de la inversión publicitaria total, existe una evidente distorsión. Teóricamente, este 30 por ciento debiera repartirse en partes más o menos iguales entre El Mercurio y Copesa, que comparten más o menos la mitad de las ventas de periódicos nacionales. Sin embargo, sólo un diario, El Mercurio, concentra más de la mitad de la publicidad en prensa escrita. La Tercera le sigue con apenas un 15 por ciento. Por lo tanto, hay otros factores que explican esta distorsión. Aun cuando sea probable que El Mercurio tenga mejor nivel de lectura, que su público esté mejor acotado, que cumpla con otras condiciones exigidas por los avisadores, nada de ello logra explicar -en términos de mercado- esta enorme diferencia. Habría, por tanto, un sesgo ideológico de la clase empresarial.
Pero si existe un sesgo en la clase empresarial, éste es escandaloso en el Estado, hoy administrado por la Concertación. Según varias fuentes, aproximadamente un 70 por ciento de la inversión pública en publicidad ha sido canalizada hacia El Mercurio. El sector público, lejos de intentar ordenar y equilibrar este mercado, lo que hace es ayudar a su distorsión. La cooptación, a la que apunta Portales, es una de las respuestas.
Esta evidente distorsión de la inversión publicitaria tiene una motivación de tipo ideológico, como afirman los académicos Osvaldo Corrales y Juan Sandoval en su estudio Concentración del mercado de los medios, pluralismo y libertad de expresión, publicado por el Instituto de la Comunicación y la Imagen de la Universidad de Chile. El comportamiento de la prensa y su relación con la gran empresa, que es el gran avisador en los medios de comunicación, va incluso más lejos que la tradicional noción de oligopolio, la que “no resulta suficiente para comprender la forma en que se ha estructurado el mercado de la prensa en Chile”, dicen los autores. Habría que incorporar un nuevo concepto, dicen, el de “monopolio ideológico”.
El monopolio ideológico que plantean los autores es otra forma de referirse al pensamiento único, que es la simbiosis entre neoliberalismo económico y conservadurismo cultural. Los empresarios, apoyados por la industria de la publicidad, utilizan la inversión publicitaria como una herramienta para fortalecer los medios y los discursos que les son más cercanos, aquellos que refuerzan el marco para favorecer sus negocios.
El monopolio ideológico opera en diversas áreas. En El Mercurio está en forma evidente en la línea editorial. Pero está incrustado en otras expresiones, como El Mercurio Opina, País Digital, Fundación Paz Ciudadana y, de manera menos directa, en el Instituto Libertad y Desarrollo. A través de estas instituciones, que producen información y opinión, el periódico refuerza su línea editorial e incorpora en la agenda política sus propios temas. Estas instituciones, que han sido respaldadas no sólo en las páginas del matutino sino también por el resto de los medios, también han sido legitimadas por el mundo político y de gobierno. No sólo por la supuesta credibilidad que tienen sus informaciones y opiniones, sino porque forman parte de ellas.
Paz Ciudadana, que a través de las páginas del matutino tiene un espacio prioritario no sólo como institución sino en sus temáticas, influye diariamente en la agenda nacional en todos los temas de seguridad ciudadana. Una labor que está imbricada con el gobierno, al estar en su directiva, bajo la presidencia de Agustín Edwards, figuras de la Concertación como Sergio Bitar, presidente del PPD -personaje mimado de El Mercurio-, la presidenta de la Democracia Cristiana, Soledad Alvear, y los ex ministros José Joaquín Brunner y Edmundo Pérez Yoma. La legitimidad de toda la información producida por Paz Ciudadana ha sido refrendada por la Concertación.
En País Digital, bajo la égida de Agustín Edwards, lo mismo que las otras organizaciones, están por parte de la Concertación Sergio Bitar, Eduardo Bitrán, Fernando Flores, Alejandro Foxley, Andrés Navarro, Yasna Provoste, Francisco Vidal y Eugenio Tironi. País Digital, con menos presencia diaria en las páginas del periódico, es una fundación orientada al desarrollo de las tecnologías de la información en Chile.
El Mercurio Opina es la empresa de encuestas de El Mercurio. Mediante sondeos más o menos frecuentes produce información que es publicada como noticia. El Mercurio es su propio productor de informaciones que pese al evidente sesgo ideológico y político, mueven la agenda pública y hacen reaccionar al gobierno. Los principales cambios en el gabinete de Michelle Bachelet han sido realizados tras encuestas de El Mercurio Opina. La última encuesta -“77% quiere que Lagos se presente personalmente ante comisión investigadora” (del Transantiago)-, publicada el domingo 10 de junio, busca empujar al ex presidente a declarar ante una comisión política en la Cámara. Los fines son excesivamente evidentes.
Libertad y Desarrollo no es una fundación de El Mercurio, sino que está ligada a la UDI, pero tiene trato y cobertura especial en las páginas del matutino. Gran volumen de su información económica está certificada o evaluada por este centro de estudios, que ha pasado a ser, del mismo modo que Paz Ciudadana, un referente -aparentemente- imparcial del devenir económico del país. Igual que con Paz Ciudadana, el resto de los medios, que no cuentan con grandes plantas de periodistas, redactores y colaboradores como para producir información política y económica, finalmente han pasado a avalar al Instituto Libertad y Desarrollo y a reproducir sus opiniones.
Sin caer en una exageración, se puede decir que toda esta gran instalación, con nexos en el gobierno y relaciones con todos los grandes poderes, hacen de El Mercurio prácticamente el único productor de información política del país. Crea la agenda y la maneja a su antojo.
Intenta, asimismo, manejar la agenda respecto a lo que ocurre fuera de las fronteras, proceso que hace individualmente pero también en forma coordinada con el Grupo de Diarios América (GDA), entidad colegiada formada por la prensa más reaccionaria de la región. Pero es probable que sea El Mercurio, con el complot que desembocó en el golpe de Estado de 1973, el medio que encabece a la reacción. Junto al matutino de Edwards, está La Nación, de Argentina, O Globo, de Brasil, El Tiempo, de Colombia, La Nación, de Costa Rica, El Comercio, de Ecuador, El Universal, de México, El Comercio, de Perú, El Nuevo Día, de Puerto Rico, El País, de Uruguay y El Nacional, de Venezuela. Su campaña más reciente es la desplegada de forma orquestada y simultánea el 20 de mayo contra Hugo Chávez, que es hoy el fantasma revivido por esos medios de la guerra fría.
Son las verdades de El Mercurio. Un mundo muy duro.
Publicado en Punto Final nº 641, 15 de junio de 2007.