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AMÉRICA CENTRAL - La quinta parte de nuestra gente vive de hambre

Carmelo Gallardo, Revista Envío

Miércoles 26 de septiembre de 2007, puesto en línea por Dial

Revista Envío - Vivir de hambre: nadie lo dice así. Lo que decimos es “vivir con hambre”. Pero en Centroamérica, donde la quinta parte de la población está subalimentada, podemos decir que esa gente “vive de hambre”, que es como morirse de hambre en cámara lenta.

Todos los años, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) celebra el 16 de octubre el Día Mundial de la Alimentación, para conmemorar la fecha de su fundación en 1945. El lema de este año 2006, “Invertir en Agricultura para asegurar la Seguridad Alimentaria”, es un buen argumento para insistir, una vez más, en la situación indigna en la que se encuentran 7 millones y medio de centroamericanos y centroamericanas. El 21% de la población en nuestra región está subalimentada, lo que significa un déficit en el consumo de calorías. La desnutrición crónica, que se mide en la infancia, afecta en Centroamérica al 26%, excluyendo a Costa Rica y alcanza en Guatemala al 49% de los niños y niñas. Es una cifra que coloca a Centroamérica por encima de la media mundial, que es el 17%.

Usted, tal vez asiduo lector de noticias, estará ya esperando en estas líneas el acoso típico de las cifras, más estadísticas sobre el hambre. Siento mucho decepcionarlo. Tendrá que leer en otra ocasión cuántos niños morirán de inanición hoy mismo.

El enfoque es otro. Es más real. ¿Se ha fijado esta mañana, mientras se desplazaba a su trabajo, en los grandes carteles publicitarios que ocupan las principales vías de su ciudad? Hace tiempo que creo que la publicidad, tan presente en nuestras vidas, nos ha hecho inmunes a sus propios mensajes. Esto mismo sucede con las cifras que cuantifican, con mayor o menor acierto, los grandes problemas de la humanidad. El bombardeo sistemático de números no ha contribuido a que comprendamos mejor los problemas.

Tampoco pretendo despertar sus sentimientos poniendo texto a esas típicas y tristes imágenes que nos invaden cuando se habla del hambre en el mundo, esos niños esqueléticos, casi siempre de color, todos con la mirada perdida, ninguno sonriendo. No, no quiero escribir sobre quienes mueren de hambre, que son muchos, sino reflexionar sobre los que conviven con el hambre. ¿Conocemos la otra faceta del hambre, la que se relaciona con la pobreza estructural y con un consumo inadecuado de alimentos durante toda la vida? Éste es el ángulo que no aparece en los medios de comunicación: la desnutrición crónica.

Buscando qué comer

Los ciudadanos del mundo desarrollado, los habitantes de un país rico o de alguna ciudad de Centroamérica, nunca sufrimos de hambre. Utilizamos la expresión “pasar hambre”, dándole automáticamente un sentido pasajero, temporal. Para nosotros, el hambre es una sensación, a veces incluso placentera, dependiendo del momento
o de las apetitosas expectativas que se nos puedan presentar para saciarla. Pero quienes sufren de desnutrición crónica no han podido elegir y, peor aún, probablemente ni siquiera puedan quejarse, por la simple razón de que desconocen que están subalimentados. Su percepción de la relación causa-efecto entre alimentación y ciertos problemas de salud que padecen es con frecuencia inexistente. Su alimentación, deficitaria en energía, proteínas, vitaminas y minerales es la misma desde tiempos inmemoriales. Como consecuencia, la anemia en las mujeres embarazadas y los partos prematuros siguen siendo habituales. Y después, al nacer y al crecer, la desnutrición crónica significa un desarrollo físico y mental limitado.

En los niños menores de cinco años el grado de desnutrición crónica se mide por el cociente talla/edad. Quienes conviven con hambre tienen una estatura inferior a la que correspondería a su edad, un retardo en el crecimiento. Vivir permanentemente subalimentado, en cantidad y en calidad, supone también que gran parte de las actividades diarias se centran en buscar qué comer: la mayoría de la producción agropecuaria se dedica al autoconsumo y la mayoría de los ingresos se destinan a comprar comida para la familia. La vivienda, la salud y la educación son siempre necesidades secundarias. Se trabaja mucho y muy duro sólo para estar mal alimentado.

Sin voluntad política y con deterioro ambiental

En Centroamérica, la desnutrición crónica tiene rostro rural, y Guatemala es el país con peores índices, no sólo de la región, sino de toda América Latina. Muchas son las causas, interrelacionadas entre sí, pero conviene destacar dos: la falta de reconocimiento político al problema y la vulnerabilidad ambiental. Sin reconocimiento, no hay soluciones políticas, que son las únicas estables en el tiempo.

Y la vulnerabilidad ambiental es a la vez causa y efecto de una agricultura de subsistencia. El aumento de la erosión y la desertificación hace que los esfuerzos cotidianos para conseguir comida, combustible y agua, tareas generalmente realizadas por las mujeres, sean cada vez más difíciles. Se realiza más trabajo para seguir consiguiendo lo mismo: estar mal alimentado.

Los Organismos de Naciones Unidas, las ONG y los técnicos de los Ministerios involucrados tienen a punto los criterios para identificar a los más vulnerables al hambre, la metodología para determinar los principales problemas relacionados con la Seguridad Alimentaría y Nutricional, y un abanico de soluciones realistas adaptadas a cada contexto. Y aunque es necesario mantener una permanente evaluación, interna y externa, de las actividades que se desarrollan, y un espíritu de autocrítica para mejorar la ejecución de los proyectos y programas, para resolver el problema del hambre lo principal es complementar el trabajo de los expertos técnicos con la voluntad política de los gobiernos y de la comunidad internacional, que en muchos casos está aún por demostrarse.

Todos, escritores ocasionales como yo y lectores como usted, debemos también mejorar áreas de trabajo como la autoestima y dignidad de “los hambrientos” y la sensibilización y compromiso “de los saciados”. Espero que hablar del hambre sin que las cifras sean las protagonistas, contribuya a ello.


Carmelo Gallardo es coordinador del Programa para la seguridad alimentaría (PESA) - Centroamérica de la FAO.

Revista Envío, n. 295, Octubre de 2006.

http://www.envio.org.ni/articulo/3365

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